SOBREVIDA Y MUERTE EN LA BRIGADA
Un
militante comunista y sobreviviente de la Brigada, más la mujer y los hijos de
un desaparecido en ese CCD dieron continuidad al juicio que se realiza en los tribunales federales de La Plata.
Por HIJOS La Plata
La
jornada se inició con el testimonio de Sigfried
Watzlawik Padilla, quien en su juventud fue militante del Partido Comunista
y vivía en Lanús este. La madrugada del sábado 10 de diciembre de 1977, cuando
tenía 35 años y estaba en su casa con su mujer y sus hijas de 2 y 3 años,
sufrió un operativo de gente uniformada que se presentó como “Fuerzas
Conjuntas” de Ejército y Policía. “Rompieron la
puerta, entraron violentamente y nos hicieron poner cuerpo a tierra, un
salvajismo total. Estaba con mi mujer y ella no se olvida nunca más”, dijo el
testigo. Relató que rompieron el taparollo y el cielorraso del lugar buscando
armas, siendo que él sólo tenía una escopeta de caza. Entonces le pusieron un antifaz,
lo sacaron a la calle y lo subieron en una camioneta. Según recordó el testigo
el vehículo anduvo una hora, mientras iban buscando a otras víctimas en el
camino.
Lo llevaron a la Brigada de San Justo y ni bien lo ingresaron al
lugar lo desnudaron y lo llevaron directamente a torturarlo con picana
eléctrica. Le preguntaban por armas y por actividades subversivas.
Luego de eso lo pusieron en una celda con los detenidos Aníbal Ces,
camarada de Lanús, y Sánchez, apodado “Negro Black”, a quien conocía del barrio
pero que ya se había mudado a San Justo. Ese grupo tuvo dos o tres sesiones de
tortura más. También supo que estaban la esposa de Ces, Ana María Expósito, Eduardo
Nieves y su esposa Norma Martínez, Ismael Zarza y Haideé Mabel Rodríguez, todas
víctimas en este debate y en el caso de Rodríguez está desaparecida. Según el
testigo preguntaban tres represores: “Me decían que hablara, que iban a matar a
mis hijos. Nosotros éramos del Partido Comunista y no era nuestro tema las
armas”. En un momento trajeron a una persona que pudo ver que estaba descalza “para
ver si me conocía pero se ve que no, porque no me paso más nada. Me pedían
nombres, y yo no iba a delatar a nadie” dijo Watzlawik. Entonces, sumergido en
la desesperación un día va al baño, encuentra una gilette y decide quitarse la
vida. “Estoy vivo de casualidad. El ‘Negro Black’ empieza a los gritos cuando
se despierta. Me sacan por la cantidad de sangre que había perdido, y con la
puerta me golpean la cabeza, estaba medio mareado y débil por los
acontecimientos”. Luego de eso comenzó a ser tratado aparte, y lo visitó un
médico, al que describió como robusto, vestido de blanco y morocho, que le
cosió los brazos y la cabeza. Pero como la tarea no era fácil los represores
dijeron “dejá que a este subversivo le vamos a decir al jefe que lo maten”.
Con otros detenidos como Ces y Eduardo Nieves, en su cautiverio
Watzlawik estuvo encadenado a unas argollas de hierro que estaban empotradas a
la pared. Pudo saber de 4 chicas secuestradas que eran de Montoneros o el ERP,
a las que a veces escuchaba que cantaban. Al tiempo, cuando ya se había
repuesto del incidente anterior, lo llevaron a otro interrogatorio, y le
preguntaron por su nacionalidad peruana y por qué vino a hacer desastres al
país. En realidad había venido a los 5 años de edad, pero sus padres le
contaron que en aquel momento fueron a pedir a la embajada peruana por él y
realizaron Habeas Corpus, lo que supone les molestó a los represores. Por el
lugar pasaba un avión con la propaganda del club Huracán de San Justo, por eso
supuso que estaba en la Brigada de San Justo.
Tras esto, a principios de marzo del ’78, a él y a “Black” les
dijeron que los iban a liberar pero que iban a estar vigilados. “Me acuerdo que
estaba lluvioso, nos llevaron a un campo por Villa Caraza, nos pusieron
arrodillados. Nos tiraron a una especie de zanja. Se dan vuelta y se van. Ahí
nos dimos cuenta que nos salvamos”.
El testigo recordó que los represores actuaban todos con
sobrenombres como “Rana”, “Araña”, “Panza”, “Jirafa” y “Lagarto”, aunque sólo
pudo verlos cuando lo secestraron, porque después estuvo siempre tabicado. Aun
así, hizo el esfuerzo de realizar un reconocimiento fotográfico e identificó a
los represores Mario Jorge Rodríguez, no imputado en esta causa, a Héctor
Horacio Carrera y a Rubén Alfredo Boan, esots dos ya señalados en
reconocimiento por otros testigos.
Sigfried contó que cuando lo liberaron estuvo delicado muchos
meses y se pudo recuperar con ayuda de la familia y amigos, más atención médica
y psicológica porque “es algo que nunca se olvida”, dijo. Finalizó con un
pedido sobre el edificio de la Brigada: “Quisiera que el lugar ese no quede en
el olvido que hubo gente torturada, e incluso muertes. Quisiera que lo cierren
y que haya un espacio para la Memoria Verdad y Justicia. Ahí había una sala de
tortura. Y esas cosas no tienen que pasar más”.
Acto
seguido testimoniaron tres familiares del militante peronista desaparecido
Gustavo Horacio Lafleur, apodado “Tato” y “Chicho”. En su juventud Lafleur
había sido fundador de la Agrupación Juvenil de Estudiantes Secundarios (AJES)
y luego en los ’60 de la Juventud Peronista Revolucionaria (JPR). Compañero de
militancia del histórico dirigente de la JP Gustavo Rearte, fue uno de los
fundadores del “Grupo de los Sabinos”, llamado así por el militante Sabino
Navarro, germen de lo que posteriormente fue la organización Montoneros. Lafleur
fue funcionario del gobierno de Oscar Bidegain en la provincia de Buenos Aires
e impulsor en el ’74-‘75 de los grupos de la zona oeste de las llamadas
Coordinadores Obreras de Base que enfrentaban el poder de las burocracias
sindicales aliadas al gobierno de Isabel Perón.
Recordemos que en la audiencia anterior “Lili” Galeano, hija del
desaparecido Héctor Galeano, contó que para 1975 su padre había armado el
llamado “Grupo del Oeste” con otros referentes sindicales como José Rizzo
(dirigente metalúrgico), Jorge Congett (trabajador municipal de La Matanza),
Ricardo Chidichimo (meteorólogo y militante de la JUP) y justamente Gustavo
Lafleur. La mayoría de estos referentes fueron secuestrados entre el 10 y el 17
de noviembre del ’76, llevados a la Brigada de San Justo, desaparecidos desde
el CCD “El infierno” y son caso en este juicio.
Helena Alapín, la esposa de
Lafleur, recordó a su marido diciendo: “militó desde muy joven en las filas de
Cristianismo y Revolución y luego en la Juventud Peronista. Al momento de los
hechos era maestro mayor de obras, había comenzado a trabajar en una fábrica y
estaba en la Juventud Trabajadora Peronista. Nosotros no estábamos
clandestinos, teníamos dos hijos y nuestra casa, nuestro hijo iba a una escuela
cristiana evangélica. Sí sabíamos que había compañeros de mi esposo que habían
desaparecido”.
Sobre el operativo en que fue secuestrado Gustavo, Helena recordó
que la noche del 10 de noviembre de 1976, estaban descansando en su casa de
calle Merlo 470 en Castelar. Estaban ella, Gustavo, y sus hijos Lautaro de 6
años y Laura de 2. A eso de la 1:30 o 2 de la mañana ingresó un grupo de
personas 8 personas armadas que la testigo recuerda que estaban de civil y con
ropa ligera, porque hacía calor. Tras reducir a Gustavo se lo llevaron a un
cuarto y a su esposa a otro. Helena escuchó que los represores decían “A ésta dejála
porque no está haciendo nada”. Entonces ella pidió que le trajeran a los chicos
y así hicieron. Revisaron toda la casa y se guardaron una libreta suya con
direcciones. Entonces se llevaron a Gustavo, que hasta
hoy continúa desaparecido.
La
testigo afirmó que a partir del secuestro de su marido empezó una peregrinación
para la familia, ya que no querían volver a la casa, tuvieron que venderla,
cambiar a los chicos de colegio y se mudaron al barrio Catalinas Sur. “Así
empezamos el periplo de todos los familiares: primero los habeas corpus, las
solicitadas, luego empezar a recoger información de aquí y de allá”. La testigo
recordó que en la búsqueda se acercó a una misa que oficiaba monseñor Laguna en
Morón y allí tomó contacto con otros familiares que se estaban reuniendo en la
sede de la Liga Argentina por los Derechos del Hombre. “Nos encontrábamos en
las colas frente al ministerio del Interior, frente al Primer Cuerpo de
Ejército, mi suegra en la base de Morón. Y muchos fuimos a ver al padre
Graselli. Yo fui dos veces, la primera a mediados del ’77, donde miró una
supuesta lista que tenía y me dijo que Lafleur vivía. Lo fui a ver unos meses
después y me dijo ‘No tengo más novedad?”.
Helena
dijo también que trató de recomponer la vida familiar con ayuda de sus padres y
sus suegros, y sobre todo con mucho apoyo de la gente del barrio, algunos
vecinos que le cuidaban los chicos para que fuera a las movilizaciones de los
organismos de Derechos Humanos, y de algunos docentes de sus hijos que
solidariamente los apoyaban porque sabían lo que estaban atravesando.
La
primera noticia que tuvo sobre la suerte de Gustavo fue por unos amigos que le
dijeron que habían hablado con un trabajador de Aerolíneas Argentinas llamado
Andrés Liperioso, que había sufrido una detención ilegal y que en ese operativo
uno de los represores, al que conocía y al que le preguntó por Gustavo Lafleur,
le habría dicho que “Gustavo perdió porque se pasó de piola”. Luego, cuando la
testigo estaba trabajando en el CELS, a través de Luis Zamora supo del
testimonio de Horacio René Matoso, ex detenido del CCD “El Infierno” que había sabido
del paso por ese lugar de Lafleur, Chidichimo, Rizzo y otros. Entonces tiempo
después contactó y habló con Matoso y le contó con detalles lo que sabía.
Efectivamente, Matoso testimonió ante los jueces Antonio Pacilio y Julio
Reboredo de la Cámara Federal platense en el Juicio por la Verdad el 4 de
octubre de 2000. Allí relató su secuestro, ocurrido en su casa de Ringuelet el
8 de noviembre del ’76, su paso por uno de los CCD de Arana en La Plata, luego
unos 15 días por un lugar que no supo identificar y finalmente su llegada a la
Brigada de Lanús con asiento en Avellaneda el 30 de noviembre del ’76. Entonces
mencionó que pese a estar tabicado supo de la llegada
de cuatro o cinco personas que “eran de la zona oeste de la Provincia de Buenos Aires, una persona era
de apellido Lafler (fon), en francés Lafleur digamos, otra persona era Ricardo Chidichimo que era meteorólogo, era hijo
de un piloto de aviones Jumbo, estaba otra persona de apellido Santos o De Los
Santos que trabajaba en la empresa Yelmo, había otro señor ya un señor de más
edad, estos tres eran jóvenes 25, 27 años, había un señor de nombre, se llamaba
José Rizzo, trabajaba en un fábrica de transformadores, era pintor en esa
fábrica de transformadores eléctricos que estaba ubicada enfrente de la
metalúrgica Santa Rosa y también llegó junto con ellos un muchacho que solo
supe el sobrenombre ‘Chiche’” y agregó que “a esta gente la trasladaron mucho
antes de que yo saliera de ahí”.
Alapín
contó que a Rizzo lo conoció personalmente porque era amigo de Gustavo y
algunas veces habían visitado en su casa. Además dijo que conoció a la madre de
Chidichimo en las marchas de los organismos de DDHH exigiendo la aparición de
sus seres queridos.
Sobre
el efecto siniestro que provoca la desaparición forzada en el seno familiar,
Alapín afirmó: “Hay que recordar que para los griegos lo peor es no tener una
tumba, y es realmente terrible no tener un lugar adonde hacer el duelo. Aunque
uno no vaya. Porque forma parte de los ritos culturales de la humanidad tener
un lugar donde recordar a sus muertos. Así y todo mis hijos y yo logramos salir
adelante por la contención de las agrupaciones de familiares, entre otras
cosas”.
Para
finalizar la testigo citó la frase del general italiano Carlo Alberto dalla Chiesa,
integrante de los Carabinieri que reprimieron a los militantes de las Brigadas
Rojas, y que pronunció en 1978 en ocasión del secuestro del líder de la
Democracia Cristiana Aldo Moro, cuando se negó a torturar a uno de los
militantes detenidos por el magnicidio: “Italia puede vivir sin Aldo Moro, pero
no puede vivir con la tortura”. La testigo agregó que “un Estado, que es la
institución máxima de la sociedad no puede permitirse ejecutar estas políticas.
El Estado es el garante de que se cumpla la ley y el depositario de la
violencia legítima. En estos juicios se pone de manifiesto que un Estado debe
actuar siempre de acuerdo a la ley”. Lo
sugerente del caso es que el supuesto demócrata dalla Chiesa, creador de las “cárceles especiales” para los acusados de terrorismo, fue asesinado
por el Estado-Mafia del democristiano Giulio Andreotti y la Logia P2; y que en
septiembre pasado un informe de la Procuración Penitenciaria de la Nación
reveló la existencia, sólo en el año 2017, de más de 5.320 casos de torturas y
malos tratos en las cárceles argentinas, donde imperaría el “Estado de
Derecho”. (1)
A continuación
Laura Lafleur, hija de Gustavo, apeló a sus recuerdos más lejanos para
hablar de su padre: “Cuando lo secuestraron yo tenía 2 años. Yo no tengo
recuerdos de mi papá. Lo que sé es porque me contaron mi mamá y mi hermano. El
relato que yo tengo es que estábamos durmiendo, entraron y se lo llevaron.
Tengo el recuerdo de que siendo una niña mi madre me dijo que se lo habían
llevado unos soldados malos y, según me contaron, yo decía ‘pobre papito, te
van a pegar’”. La testigo relató que “fue duro crecer sin la presencia de mi
padre, porque no se murió de una enfermedad o lo atropelló un auto. Hay cosas
que las entiendo ahora que soy grande y tengo hijos. Soy artista y creo que
tengo ahí la sensibilidad. Nunca hice un duelo, lo viví como una película,
luego lo elaboré. Ahora lo que me duele es no saber cómo murió mi papá, cuanto
estuvo en cautiverio, me duele que seguramente pensaba en nosotros, me duele
saber que lo hayan torturado, y esto tan siniestro esto de que una persona
desaparezca”. En un momento de su testimonio y como homenajea años de lucha,
Laura mostró el pañuelo blanco de su abuela paterna Nefer Picarel de Lafleur,
que durante años reclamó por la aparición con vida de su hijo Gustavo desde
Madres de Plaza de Mayo. Entonces agregó: “Estoy contenta que se haga este
juicio y me gustaría que se haga justicia y que la paguen por estos terribles
delitos. Sería muy reparador que ese lugar, la DDI de San Justo sea
desafectada, y sea un lugar de vida y encuentro”.
Para
finalizar Lautaro Lafleur, hermano
mayor de Laura, rememoró los detalles del operativo de secuestro de su padre,
Cuando él tenía 16 años. “Yo estaba en el cuarto con mi hermana. En un momento veo
una persona en la puerta mirando, escuche gritos de hombres. Pasó un tiempo y se fueron y solo quedamos mi
madre, mi hermana y yo”. Sobre la
militancia de su padre dijo que la conocía “en términos generales. Sabía que
tenía un trabajo por su militancia, para insertarse sindicalmente. Había
reuniones en mi casa. Fui consciente que esa militancia implicaba algún peligro”.
El testigo recordó que de joven acompañaba a su madre a hacer gestiones, que
viajaron a Europa en los años ’80 y visitaron a compañeros exiliados que los
ayudaron a reconstruir el destino de su padre. “Es algo sobre lo que me costó
mucho hablar lo de mi papá” concluyó Lautaro que testimonió por primera vez. Y
se sumó al pedido de que se conserve el espacio físico de la Brigada como un
museo de la memoria.
Estos 4 relatos denuncian, reclaman, hacen visible lo silenciado, y ayudan a dar sentido
a la pregunta por cómo narrar el horror, cómo representar el vacío de la
desaparición forzada: a través de historias de sobrevida y muerte en la Brigada
de San Justo.
La próxima audiencia será el miércoles 31
de octubre desde las 10 hs. Para presenciarla sólo se necesita concurrir a los
Tribunales Federales de 8 y 50 con DNI.
gracias compañero por todo!
ResponderBorrar