El 13 de agosto comenzó en La Plata el juicio por los crímenes cometidos en el Centro Clandestino de Detención de la Brigada de Investigaciones de San Justo. El debate incluye imputaciones a 19 represores por 84 casos, 31 de los cuales corresponde a personas detenidas-desaparecidas. LAS AUDIENCIAS SON LOS MIÉRCOLES DESDE LAS 10 AM EN LOS TRIBUNALES FEDERALES DE LA PLATA, CALLE 8 Y 50. (Se extenderá hasta 2019).

jueves, 22 de noviembre de 2018

14 DE NOVIEMBRE: DÉCIMO SEGUNDA AUDIENCIA

LAS FORMAS DEL TERRORISMO DE ESTADO
Con los testimonios de un sobreviviente,  un militante de base de la zona oeste, la hermana de un desaparecido y una nieta recuperada continuó el debate por los crímenes cometidos en el conurbano oeste en dictadura. Cuatro vidas, cuatro visiones y cuatro formas diversas en las que se hizo cuerpo el Terrorismo de Estado.
Por HIJOS La Plata
La jornada se inició con el testimonio de ROBERTO TIBURCIO LOBO, ex militante del PRT-ERP, sobreviviente de la Brigada de San Justo y, como tal, caso en este juicio. Lobo comenzó relatando que para abril de 1976 tenía 26 años y estaba casado con Ethel María Corti. El 9 de abril de ese año, en horas de la tarde, recibió un llamado telefónico en su casa de Villa Luzuriaga, La Matanza, ubicada a 2 cuadras de Ruta 4. Le decían que una compañera había sido secuestrada. En el momento fue a casas de otros compañeros y avisó que se estaban llevando gente. Para el 10 de abril fue con su esposa a la casa de Silvia Gordillo, una abogada que luego llegó a ser jueza en Morón, y vio cómo llegaba un operativo represivo con la Sra Gordillo marcando personas. Lobo, que además estaba con su hijo Gustavo de 4 años dentro de un auto, dejó a su esposa dentro del domicilio y se alejó del lugar. Por suerte su esposa fue demorada, pero no la secuestraron. La madrugada del 11 de abril se reencuentra con su esposa en su casa, y allí llega el operativo donde ambos son secuestrados. Entre los represores que participaron Lobo recuerda a policías y efectivos de la Brigada de San Justo. Especialmente a un represor rubio y de pelo corto que los golpeó y los tabicó. Tras saquear la casa y ubicarlos en el baúl de un auto los trasladan por un día a lo que suponen, por la distancia y el recorrido del viaje y por las características del inmueble, que es el CCD Puente 12. Allí Lobo y su esposa sufrieron torturas. Pensaban todo el tiempo en su hijo, que había quedado durmiendo cuando cayó el operativo. Luego fueron trasladados de madrugada a la Brigada de San Justo, donde vuelven a sufrir tormentos. “Había un personaje entre los torturadores, no sé si era cabo o policía raso, alto y muy atrevido, que se ensañaba con los secuestrados, los pateaba, los escupía y los orinaba, sobre todo si eran obreros” relató el sobreviviente. En la Brigada sufrió todo tipo de tormentos, como picana, submarino seco, submarino en un balde de agua y hasta el clavado de alfileres debajo de las uñas. En los interrogatorios, que eran a cara descubierta, había presente un sargento del Ejército. Luego alternaron sesiones de torturas con el confinamiento en calabozos. Allí pudo escuchar a un secuestrado que le dijo “Soy Raúl, soy delegado de Mercedes Benz”. En un momento los represores le dicen “ahora viene lo mejor”, y le traen a la celda a su esposa Ethel. Lobo rememoró que tenía una infección en la mano izquierda por las torturas y al no contar con otro elemento se curaban las heridas con orín. También supo de otros detenidos, como una persona joven militante del ERP llamada Alejandra, que estaba detenida con su bebé, y a ambas las que torturaban salvajemente buscando confesiones. Lobo presenció el asesinato de Alejandra y su bebé porque los represores se ensañaban en mostrarle las atrocidades que cometían.
Estando detenido Lobo se enteró que su madre estaba haciendo gestiones para encontrarlos, ya que los represores le dijeron “tu madre anda molestando”. La señora había ido al Regimiento 3 de La Tablada, y se había entrevistado con un tal mayor Flores que si bien le negó saber de Lobo y su esposa, le confirmó que el pequeño Gustavo estaba en la casa de unos vecinos, y le dijo “váyase y no vuelva más”. Cuando recuperó al niño, su madre se lo llevó a Tucumán, y allá la fue a amenazar el jefe de la carnicería desatada en la provincia – en particular sobre el PRT-ERP- el general Antonio Domingo Bussi para decirle “este chico es del Ejército, no se lo entregue a los padres. Venga a firmar cada 15 días. Si necesita algo el Ejército se lo va a dar”.
Pero además en el proceso de su búsqueda, la familia Lobo sufrió el secuestro de su hermano Guillermo, que se había ida a Tucumán en el ’73 y había vuelto para buscar a su hermano. Guillermo era amigo y compañero de un militante uruguayo llamado Liber Trinidad. El 13 de abril del ’76 allanaron la casa de Trinidad en La Tabalada y secuestraron a Guillermo y su compañero. Del hecho fueron testigos la esposa de Trinidad y los vecinos. Ambos continúan desaparecidos. Lo sugerente del caso es que los represores le entregaron a Roberto una camisa y la cédula federal de Guillermo dentro de la Brigada. También supo que a su madre le llegó una valija de ropa de su hermano en Tucumán. Evidentemente Guillermo pasó como detenido ilegal por San Justo en un tiempo posterior al ingreso de su hermano. 
Tras pasar un mes y medio en San Justo, Lobo y Corti fueron trasladados en un colectivo de línea a la cárcel de Mercedes. La esposa pasó por Olmos, Devoto y recibió la opción de salida del país. Él debió pasar por Devoto, la Unidad 9 de La Pata, sufrir un Consejo de Guerra y recibir la salida recién en 1978.  Lobo se exilió con su esposa en Milán, Italia, hasta 1984. Luego testimonió en Conadep por su caso y el de su esposa. Pero a 42 años de los hechos el caso de su hermano aún no ha sido debidamente investigado.


Al testigo se le exhibió el álbum de fotos de los represores de San Justo y reconoció a Miguel Ángel Bustos, no imputado en este juicio, como uno de los que realizaban las sesiones de tortura. En valiente testimonio, de un pesimismo pragmático y realista, y a diferencia de otros sobrevivientes en cuyos discursos prevalece un irreflexivo “yo no sabía nada”, Lobo reivindicó su militancia guevarista: “Fui militante y no me arrepiento de haber sido militante del ERP, lo digo orgulloso” afirmó, y dijo “yo no creo en la justicia, para mía es una parodia, una mentira. Porque decir justicia a 42 años…siempre en la historia de este país masacraron al pueblo, pasó en la Patagonia rebelde, pasó en Trelew que los masacraron a los compañeros, pasó con Santiago Maldonado. Y nunca hubo justicia plena. Yo lo que pretendo es que la Brigada deje de funcionar como tal, y se haga un espacio histórico para la memoria”.

Luego llegó el testimonio de HÉCTOR FERNÁNDEZ, ex militante peronista de base de La Matanza que compartió actividad con muchos de los dirigentes desaparecidos que son caso en este debate. Fernández rememoró su participación política en los ’70 en la JP de Villa Insuperable, en La Tablada. Allí realizaba tareas sociales con los vecinos organizados de la zona, desde una Unidad Básica ubicada en la calle Amancio Alcorta. Así fue conociendo varios compañeros de las zonas vecinas como Villa Constructora, Lomas del Mirador, Tapiales o Villa Madero. Entre los militantes que conoció destacó a Santos Rodríguez, a quien recordó como “obrero de Yelmo”, José Rizzo, “metalúrgico, buen orador, una persona con mucha dignidad”, Jorge Congett, “militante cristiano que trabajaba en el municipio y le decíamos ‘El Abuelo’”, Ricardo Chidichimo, “era Riki, meteorólogo que hablaba 4 idiomas”, Héctor Galeano, “delegado telefónico, de la UB de Villa Luzuriaga, con él hacíamos festivales con la juventud del movimiento”, Ricardo Adrián Pérez, “vendedor de baterías que militaba en los monoblock de Tablada y desaparecido en Santa Fe”, Gustavo Lafleur, “coordinador del área sindical en los plenarios”, Delfor Soto, “concejal desaparecido, integrante del MR 17 con Gustavo Rearte”, Honorio Gutiérrez, “integrante de la Resistencia Peronista y del Partido Auténtico”, y el apoderado del partido y hoy con tranquila carrera diplomática, Diego Guelar, entre otros.
“Por debilidad del gobierno de Isabel y la promesa de próximas elecciones, armamos un partido”, dijo Fernández al referirse al Partido Peronista Auténtico, la experiencia creada por sectores de izquierda del peronismo en 1975, conducido por Andrés Framini, Oscar Bidegain y Dardo Cabo, entre otros, que tras una corta batalla legal con el PJ debió denominarse solamente Partido Auténtico y que terminó fusionándose con Montoneros en 1977. Si bien Fernández se mostró muy cercano a aquel grupo de militantes de la zona oeste, destacó que “nunca fui parte del partido, fui organizador de las estructuras”.
Sobre la represión que sufrió todo ese grupo, del cual la mayoría se encuentra desaparecido, el testigo afirmó que “fue tremendo lo que hicieron estos verdugos con los compañeros, que tenían como principio de vida luchar por una patria justa, libre y soberana. Todos eran referentes: en el municipio, en telefónicos, en la metalurgia, etc, y todos realizaban tareas sociales”.
Fernández contó que hace un tiempo pudo acercarse a las hijas de aquellos compañeros y contarles lo que sabía de la militancia de sus padres. A través de las familias “y una señora Eloy, ex detenida” supo del paso de los secuestrados por la Brigada de San Justo y luego por el CCD “El Infierno”. El testigo afirmó que él nunca fue detenido en dictadura, pero que en 1984 lo demoraron por una irregularidad en el registro de conducir y lo llevaron a la Brigada de San Justo. Allí sufrió amenazas del plantel de la sede, que continuaba con las mismas prácticas que en la dictadura, y a los que se quejó diciendo “¡se están olvidando que estamos en democracia, a ver quién se atreve a tocarme!”.

A continuación se escuchó el relato de GRISELDA AIBAR, hermana del detenido desaparecido Alejandro “Indio” Aibar, militante de la UES y caso en este juicio, secuestrado a los 18 años. Griselda comenzó contando que su padre Hugo era mozo, su madre Sergia Paolini enfermera y Alejandro era el mayor de 4 hermanos.
Al momento de definir a su hermano la testigo dijo que “trabajaba desde los 14 años como cadete en Bonafide, era militante del amor y la solidaridad, era actor titiritero y payaso. Los fines de semana llevaba su magia con un títere en cada mano a los niños de Pompeya, donde vivíamos, en el salón parroquial o en la sociedad de fomento, y en el hospital donde trabajaba mi madre”.
Cuando lo secuestraron Alejandro cursaba el último año del colegio Manuel Belgrano de Merlo. Griselda recordó que la familia se había mudado al oeste desde Capital Federal. La madrugada del 20 de septiembre de 1977  llegó el operativo de represores armados, algunos de civil y otros de fajina, que preguntaron por la familia “Fernández”. La anécdota ya fue narrada en el debate por José Gabriel y Marcela Fernández, hermanos de Juan Alejandro y Jorge Luis, ambos militantes de la UES de zona oeste, secuestrados y desaparecidos en un operativo simultáneo al caso Aibar. En lo que podría calificarse como “la otra Noche de los Lápices”, entre el 16 y el 29 de septiembre del ’77 fueron secuestrados los hermanos Fernández, Alejandro Aibar, Marcelo “Chelo” Moglie, Enrique “Pluma” Rodríguez Ramírez, Ricardo “Polenta” Pérez, Adriana Cristina Martín y Sonia Von Schmeling, entre otros. Todos militantes de la UES y la mayoría desaparecidos. En lo de los Fernández preguntaron por Ramírez y en lo de los Aibar por Fernández. Con este dato la coordinación de los operativos es innegable.
Mientras era secuestrado su hermano Griselda tenía 7 años y otro hermano mellizo. A ella uno de los represores la tiró de los pelos y la tapó con una frazada. A los padres les informaron que a Alejandro lo llevaban por “averiguación de antecedentes” a la Comisaría de Merlo. En el operativo pudieron divisar unas camionetas de GIBA, dependencia de Fuerza Aérea en la zona, y vieron que lo llevaban hacia Moreno y no a Merlo. Los padres de Alejandro realizaron la búsqueda en las comisarías de la zona, fueron al GIBA y un comodoro los mandó al Ministerio del Interior. Desde allí la madre de Alejandro se vinculó a otros familiares y a Madres de Plaza de Mayo.
“Pasé mi infancia en una infinita soledad” dijo Griselda al definir la ausencia de su hermano y agregó que “Alejandro nos cuidaba  a los más chicos. Se hizo cargo de nosotros desde que nacimos, él tenía 11 años y le dijo a mi madre que él nos cuidaría para que ella pudiera ir a trabajar. Cuando se lo llevaron nadie pudo cubrir ese rol”.
Griselda contó que hace muy poco se enteró de la militancia de su hermano, que la familia desconocía. Aun así los padres estuvieron siempre activos en la militancia de Derechos Humanos y en los ’80 fundaron la comisión de familiares de desaparecidos de Merlo. “Yo transcurrí mi niñez en Plaza de Mayo y cuando se enfermaron me dediqué a cuidarlos a ellos” reconoció Griselda. En el año ’97, cuando estaban completando el trámite de reconocimiento de la desaparición forzada de Alejandro se encontraron con la madre de Gladis Morales, una chica desaparecida que había sido compañera de Alejandro en el secundario, militante de la UES y fue secuestrada 3 días antes que Aibar. La madre les dio detalles de un gesto de Alejandro, que se expuso al ir a averiguar por su compañera.
Pero la lucha por Memoria en un partido donde hubo más de 150 desaparecidos, y estuvo gobernado por el fascista del PJ Raúl Othacehé no fue fácil, como contó Griselda. “En Merlo nunca se pudo hablar de Derechos Humanos, recién en esta gestión se creó una oficina y se comenzaron a hacer los homenajes”, dijo la testigo. En una de esas actividades organizadas por la gestión del ex hombre de Othacehé, Gustavo Menéndez, llegó a manos de los Aibar una carta de Liliana Chamorro, una compañera del secundario de Alejandro. En la audiencia del juicio Griselda exhibió el sombrero de artista de su hermano y leyó el texto, donde se relata una acción de volanteada contra la extensión del horario de cursadas que habían planificado juntos pero que Alejandro hizo solo, y que generó la presencia de tropas del GIBA en la escuela para interrogar a los jóvenes. Desde entonces ambos quedaron marcados.
La testigo contó que en torno al juicio por la Brigada de San Justo conoció a otras HIJAS de La Matanza, que le acercaron el dato de que la sobreviviente Adriana Martín había compartido cautiverio en San Justo con Alejandro. Martín dio testimonio de ello en la cuarta audiencia de este juicio y con un relato desgarrador de las atrocidades vividas en el CCD por todo el grupo de la UES, lo contrastó con los pequeños gestos de humanidad y resistencia que pudieron desplegar los militantes allí confinados.
Para finalizar Griselda Aibar reflexionó que “recién ahora, 40 años después, puedo armar este rompecabezas tan necesario como el oxígeno. Mi hermano fue mi ángel guardián y el de muchos”. Además pidió “justicia por la miseria humana que se llevó a mi hermano. Por mis padres que llegaron enfermos a ancianos. Por la niña que fui, que cambió las rondas de juego por las rondas de Plaza de Mayo. Por Alejandro y por los compañeros de la UES. Por los 30 mil. Cárcel común a todos los genocidas”. El pedido fue hecho la misma semana y ante los mismos jueces que volvieron a otorgar una domiciliaria (no efectiva) al símbolo de la represión de la Bonaerense, el comisario Miguel Osvaldo Etchecolatz, imputado en este juicio.

Para cerrar la jornada se escuchó a Paula Eva Logares, hija de los militantes desaparecidos Mónica Grinspon y Claudio Logares, y nieta de la incansable luchadora por la restitución de las hijas e hijos apropiados como es Elsa Pavón.
Paula presentó un testimonio maduro, con más análisis que relato de su propia vida como niña apropiada y del secuestro desaparición de sus padres. Comenzó afirmando la importancia de la identidad propia, por la que tanto se luchó: “Cuando me preguntan mi nombre, yo hoy puedo decir quién soy”. Recordó que en mayo del ’78, cuando ella tenía 23 meses, sus padres ya estaban exiliados en Uruguay, y los 3 fueron levantados en la calle cerca de parque Rodó de Montevideo por un patota que los trasladó a la Brigada de San Justo. Allí pasaron un tiempo juntos, hasta que ella fue apropiada por el subcomisario de la brigada, Rubén Lavallén, y su esposa Raquel Mendiondo, sugerentemente de nacionalidad uruguaya. Mónica y Claudio fueron llevados al “Pozo de Banfield” y desde allí desaparecidos.
“Lavallén me anotó como hija natural propia, con una diferencia de edad de 1 año y medio más o menos. Quien firmó esa partida de nacimiento fue el médico Vidal, que era mi médico mientras yo vivía con ellos. En las visitas médicas daba caramelos, pero yo no los aceptaba”. Paula contó que en un siniestro acto los apropiadores la anotaron como “Paula Luisa Lavallén”, por el nombre de la madre del represor. “No me pudieron cambiar completo mi nombre porque yo no respondía a otro nombre. En un momento lo planteaban como un juego pero yo entendí que no era un juego”, dijo. También apuntó que de niña sufrió lo que se denomina “stress de guerra” que implica el detenimiento del crecimiento biológico de la persona, y que mucho después pudo acomodarse a su edad física y biológica real. En 1988 Lavallén fue condenado a 4 años de prisión por la apropiación de Paula, pero sólo cumplió 1 año y medio a la sombra. Murió impune por el resto de sus crímenes poco después de la reapertura de las causas a los genocidas. Paula recordó que en una audiencia que se otorgó a los apropiadores cuando su caso ya estaba judicializado, y ella todavía era una niña, les reclamó a Mendiondo por qué le había mentido y a Lavallén qué había hecho con sus padres.
La testigo recordó también que el represor cumplió tareas en dictadura como  jefe de vigilancia de la empresa Mercedes Benz, que le había cedido un vehículo para que se manejara, y que la llevaba a recorrer tanto la  concesionaria en Capital como la planta en González Catán, de donde desaparecieron varios obreros. “Manejaba sin manos, siempre fue una persona violenta en la casa y en la calle”, afirmó. Describió cada uno de los domicilios donde la tenían confinada los apropiadores, y dijo que en un departamento había objetos apilados que intuye eran cosas robadas en los operativos represivos. Dijo que varias veces tuvo la iniciativa de escaparse, ya que “no hubiese elegido nunca estar con los apropiadores, y mis padres nunca hubiesen elegido separase de mi”.
Paula fue restituida a su familia de sangre en diciembre de 1984, cuando tenía 7 años. “En ese momento me puse a llorar, pedí descansar un poco. Y después me fui a vivir a la casa de Banfield de mis abuelos. Durante 2 años tuve custodia permanente de policía, lo que me hacía pensar si me había apropiado u policía por qué me cuidaba ahora la policía”.
En el relato aparecieron los recuerdos de otras historias paralelas de apropiación desde la Brigada de San justo: los caso de María José Lavalle y Victoria Moyano, a quienes conoció de chica en la sede de Abuelas de Plaza de Mayo.
La testigo contó que tiene el recuerdo del garaje de ingreso de la Brigada de San Justo y del patio interno, y que si bien no tiene la imagen, guarda la idea de la separación de su madre, como queriendo agarrarse ambas de los brazos.
Al momento de reclamar justicia, Paula definió que “en el Estado hay mucha información y hay acceso a ello. Estaría bueno asumir el compromiso de buscar y trabajar para determinar el destino final de los desaparecidos”. También reflexionó que “el daño se mantiene hasta hoy. Soy madre y hay cosas que me cuestan porque no conozco parte de mi vida. Hay fallas que siguen estando, no sé si se pueden reparar”.
Para terminar la nieta restituida dijo que “Yo agradezco haber recuperado mi identidad. No sé si en este juicio se puedan saber cosas nuevas. Las penas son simbólicas, pero hay responsabilidades que no se pueden negar. Si estamos acá es porque hay cosas pendientes, y eso va mucho más allá de una condena”. El testimonio pareció concluir recién cuando Paula se abrazó con su abuela Elsa en los pasillos del juzgado, ante la mirada de las hijas de Paula. Una familia que luchó y sigue luchando por una justicia que se estira indefinidamente y se parece mucho a la impunidad.
La próxima audiencia será el miércoles 28 de noviembre desde las 10 hs (el miércoles 21 no hay audiencia). Para presenciarla sólo se necesita concurrir a los Tribunales Federales de 8 y 50 con DNI.

7 DE NOVIEMBRE: DÉCIMO PRIMERA AUDIENCIA

LA VOZ DE LAS HIJAS
Con los testimonios de las hijas de dos desaparecidos en noviembre de 1976 y el relato de un sobreviviente de “El Infierno” que supo de varios detenidos que venían de San Justo, continuó el debate por los crímenes cometidos en uno de los CCD más grandes del conurbano oeste.
Por HIJOS La Plata

La audiencia del 7 de noviembre giró en torno a los casos de dos militantes peronistas secuestrados en simultáneo en dos operativos llevados a cabo en la madrugada del 20 de noviembre de 1976. Son los casos de Ricardo Darío Chidichimo, por quien hay 9 represores imputados en el debate, y de Jorge Luis Congett que por inexplicables defecciones judiciales no forma parte del juicio pese a haber prueba que acredita su paso la Brigada de San Justo. En ambos casos el destino de los secuestrados fue San Justo y luego la Brigada de Investigaciones de Lanús, con asiento en Avellaneda. El testimonio de Nilda Eloy, de quien se cumple estos días un año de su fallecimiento, fue clave para determinar el ese recorrido y el derrotero de éstos y otros desaparecidos.


Iniciando la audiencia la hija de Ricardo, FLORENCIA CHIDICHIMO, relató el secuestro de su padre ocurrido en la noche del 19 al 20 de noviembre de 1976 en la casa familiar de Ramos Mejía, cuando ella tenía 8 meses. Relató que esa noche sus padres habían vuelto tarde de un casamiento y la habían dejado con la familia. Ya de madrugada los represores rompieron la puerta del domicilio e ingresaron violentamente. Entonces separaron a los golpes a su padre en una pieza mientras discutieron si se llevaban o no a su madre, Cristina del Río. Luego decidieron dejar a Cristina tapada con una frazada y se llevaron a Ricardo. Antes de irse robaron varias cosas y uno de los represores le dijo a su madre “Miráme, yo te salvé”. Cristina salió de la casa y fue corriendo hasta la casa de su hermana. Fue la última vez que vieron a Ricardo.
Luego Florencia contó sobre la militancia de sus padres, que se inició en tareas sociales con la iglesia tercermundista y continuó orgánicamente con Ricardo en la JUP en Ciencias Exactas de la UBA, donde estudiaba y se recibió de meteorólogo, y Cristina en la JTP de La Matanza, adonde la familia se mudó en el año ‘75. Florencia contó que por la actividad de su madre en el sindicalismo en La Matanza Ricardo conoció a Jorge Congett, trabajador y delegado municipal desaparecido. Al quedar embarazada Cristina la pareja hizo un acurdo de que ella abandonaba la militancia y Ricardo continuaba sus tareas. Así fue y de hecho Chidichimo estuvo entre los fundadores del Partido Auténtico en la zona oeste, junto a Congett, José Rizzo, Héctor Galeano y Gustavo Lafleur, como la rama política de Montoneros en la zona.
Tras el secuestro de Ricardo la familia se mudó a la casa de la abuela y nunca volvieron a Ramos Mejía. Precisamente la lucha por Ricardo la inició su madre, Nélida Fiordeliza, conocida como “Quita” entre sus compañeras de Madres de Plaza de Mayo. Entre la presentación de Habeas Corpus, la ayuda de organismos como la Liga Argentina por los Derechos del Hombre y la visita a regimientos y a algunos sectores de la jerarquía de la iglesia como el capellán Emilio Graselli, la familia se vinculó a la lucha y pudo reconstruir algunos datos. Florencia mostró la ficha que Graselli confeccionó por el caso de su padre, que forma parte del famoso fichero por el que se le imputa la complicidad con el terrorismo de Estado en la causa en la causa Nº 85 de los tribunales platenses por su presunta responsabilidad en delito de lesa humanidad en su rol de Secretario Privado del Vicario Castrense. “En la ficha coinciden las fechas y unos datos crípticos con la ficha de Congett”, señaló Florencia y pidió que se cite a Graselli a aclarar el punto.
Además la testigo describió la persecución que sufrió la abuela “Quita” con aquel grupo inicial de Madres: le pintaron “M.T.” con aerosol en la casa, en alusión al mote de “Madre Terrorista”, la llamaban por teléfono para amenazarla, a lo que les respondía con puteadas, y fue sobreviviente del operativo del 8 de diciembre del ’77 en la Iglesia de la Santa Cruz en el barrio porteño de retiro. Allí, donde solían reunirse los familiares, la Armada secuestró a las Madres Esther Ballestrino de Careaga y María Eugenia Ponce de Bianco, a la monja francesa Alice Domon, y los militantes Ángela Auad, Gabriel Horane, Raquel Bulit y Patricia Oviedo. “A mi abuela la tironearon pero no la pudieron subir al auto” dijo Florencia, y agregó la sorprendente anécdota de que en una ocasión el mismísimo represor Alfredo Astiz, del GT 3.3.2 de la Escuela de Mecánica de la Armada, la tuvo en brazos en la puerta de la iglesia, y le preguntó a su madre “¿Tu marido estaba en la joda?”. La interpelación le sonó mal a Cristina, que comenzó a sospechar de ese personaje que se hacía pasar como “Gustavo Niño” familiar de un desaparecido en Mar Del Plata. Según la testigo, su padre pudo mandar mensajes 2 veces desde el cautiverio: una vez un desconocido tocó el timbre de la casa de la abuela para decir que lo busquen porque “todavía está entero”, y otra vez le hicieron llegar un dato similar a la familia.
Florencia relató que más cerca en el tiempo pudo conocer a Raúl Cubas, periodista secuestrado en La Matanza y ex detenido de la ESMA, quien le contó que había sido responsable de su padre en Montoneros y que una vez Ricardo le había dado una mano cobrándole el sueldo que él no podía reclamar por cuestiones de seguridad. Otro que tenía información de su padre pero no aportó mucho fue Diego Guelar, ex abogado del PJ, exitoso banquero y oscuro funcionario de Cancillería que fue embajador en Brasil y EEUU en las gestiones de Carlos Menem y Eduardo Duhalde, y actualmente representa al país ante China como parte de Cambiemos.
Pero el testimonio que ayudó a echar luz sobre la incertidumbre del destino de Ricardo fue el de Nilda Eloy, a quien Florencia conoció cuando fue a buscar el legajo de la DIPPBA de su padre a la Comisión por la Memoria, donde trabajaba la ex detenida. Al escuchar su apellido Nilda se conmovió y le relató que había compartido cautiverio con su padre a fines del ’76 en el CCD “El Infierno” y que llegó allí con un grupo de detenidos que venía de San Justo. Nilda fue secuestrada el 1 de octubre de 1976 en La Plata y fue sobreviviente de 6 CCD entre ellos La Cacha, el Pozo de Quilmes, uno de los centros de Arana, el Vesubio, la Brigada de Lanús en Avellaneda y la Comisaría 3ra de Valentín Alsina. Llegó al “Infierno el 31 de octubre del ‘76 y estuvo allí 2 meses. En su testimonio en Juicio por la Verdad de septiembre del ‘99 dijo: “Allí también estuvo gente de SAIAR, de la fábrica SAIAR, que llegaron todos juntos. Bueno, llegaron por lo menos al lugar todos juntos. De SAIAR estaba Luis Jaramillo, que le decían “El Sapo”, Héctor Pérez, que era un muchacho jovencito. Ellos dos están desaparecidos todavía. (…) Después había un  Gustavo Lafleur, un señor de Chichidimo o Chiridimo o De Chichirimo (sic), algo así era el apellido, un apellido Italiano, que era meteorólogo. Después un hombre bastante mayor, Rizzo, José Rizzo, que estaba en muy malas condiciones (…) Había mucho movimiento y normalmente sacaban por ahí grupos de cuatro o cinco personas, y bueno, después nosotros sabíamos que era para matarlos”. Florencia testimonió en el Juicio por la Verdad de La Plata en diciembre 2011 y a pedido de Eloy. En la audiencia de este juicio Florencia dijo que Nilda le contó que en “El Infierno” su papá, para darle ánimo a los compañeros, miraba por la hendija de una ventana y daba el parte meteorológico: “Estaba con la cabeza afuera, y con esas cosas nos sacaba un poco de ahí”, afirmó Florencia que le dijo la ex detenida. La inmensa tarea militante de Nilda sigue dando frutos, y prueba una vez más que son los ex detenidos y los organismos de DDHH los únicos que ayudan a juntar las partes del rompecabezas que significó la represión del Terrorismo de Estado.
Al finalizar su testimonio Florencia, que se organizó como familiar con HIJOS La Matanza, reflexionó que “por cuestiones de seguridad en la militancia hubo mucha información compartimentada, pero la memoria no está enterrada y a veces cuando una la fuerza aparece. Yo celebro estar ahora acá. Yo viví el Punto Final, la Obediencia Debida y los Indultos. Y espero que no haya un nuevo indulto con el 2x1”. Pidió también que se desafecte el edificio de la Brigada de San Justo y se erija allí un museo de la memoria. Y finalmente leyó un poema que le escribió a su papá que dice: “Busco y no encuentro. Busco en el olor a café con leche recién hecho. Busco en la sonrisa de su hija que no es más que la suya. Busco en los rincones del recuerdo que resisten al olvido: Olvido feroz que acecha a este mundo, ciego y cansado. Busco verdades de otros porque las mías no las tengo”.
A continuación dio testimonio OSCAR SOLÍS, secuestrado junto a su hermano Alberto en su casa de La Tablada y que pasó una semana en el CCD “El Infierno” en diciembre de 1976. El testigo contó que en junio del ’76 había terminado el servicio militar en el Regimiento 3 de Tablada y se había dedicado a estudiar. La noche del 16 de diciembre del ’76 volvía de dar un examen en la Facultad de Agrarias de la Universidad de Lomas de Zamora, y como a las dos o tres de la mañana llegó a su casa un operativo comandado por un oficial rubio de ojos claros vestido de fajina militar verde. Se los llevaron a él y a su hermano tabicados en un viaje de 40 minutos hasta un edificio que luego supo que era la Brigada de Investigaciones de Lanús, con asiento en Avellaneda. Allí sufrieron torturas con picana eléctrica e interrogatorios. Según reconstruyó después antes había caído una chica de la Federación de Estudiantes Peronistas de Lomas, con una genda con su dirección. Tras la tortura fue recluido en las celdas de 2 x1 mts que había en el lugar, donde tenían que turnarse entre 8 personas para sentarse y respirar por la situación de hacinamiento. Allí pudo saber de varios detenidos como José Rizzo, delegado de la fábrica CEGELEC con quien pudo hablar y a quien vio con mucha pérdida de peso, Rubén Ramos, delegado de la fábrica de químicos ESEX de San Martín, y Luis Jaramillo, de la fábrica SAIAR de termotanques y calefones. También supo de Nilda Eloy, alojada en una celda contigua. El testigo refirió que en el periplo a él y su hermano curiosamente nunca les retiraron el DNI, por lo que los otros detenidos los alentaban diciéndole “Seguro salen. Avisen a la familia”. Y efectivamente luego de una semana los Solís y su hermano fueron liberados cerca de un arroyo en Villa Domínico. Su padre se encargó de contactarse con la familia de Rizzo y con los compañeros de Ramos en su lugar de trabajo. Su testimonio vuelve a convalidar la ruta de varios detenidos-desparecidos de este juicio desde la brigada de San Justo hacia el CCD de Avellaneda como destino final.
Luego fue el turno del testimonio de las hermanas PATRICIA CONGETT, la hija mayor del desaparecido Jorge Luis Congett, secuestrado el 20 de noviembre del ’76, un día antes de que Patricia cumpliera 18 años. La testigo comenzó definiendo la militancia de su padre, empleado de la Municipalidad de La Matanza, delegado gremial, militante montonero y del Partido Auténtico. Dijo que había comenzado a vincularse a tareas barriales desde el área de acción social del municipio y que pese a las condiciones posteriores al golpe de Estado había continuado militando. La noche del 19 de noviembre estaban en la casa familiar de Villa Luzuriaga, San Justo, su padre, su madre Ester Muiños y su hermana Claudia de 6 años. A las doce y media de la noche entró una patota de 12 personas a las que la testigo recordó como un grupo conjunto de policías y militares. La patota ubicó a su padre, que se había subido al techo, lo bajó y lo llevó a una piza del fondo a los golpes. Después se lo llevaron en el baúl de un auto. A Patricia le preguntaron “¿Vos sos secundaria?”, a lo que respondió que no aunque cursaba el 5to año en el Normal de San Justo, ubicado al lado de la Municipalidad y a la vuelta de la Brigada, y donde sabía que había un preceptor que era policía. Patricia mencionó que en el establecimiento hubo 8 desaparecidos de las promociones ‘69 a ‘76.
Iniciando la búsqueda de su padre con su mamá, Patricia recordó que una amiga del colegio tenía un cuñado policía, entonces decidieron ir a verlo. Era integrante de la Brigada, se llamaba Miguel Ángel Cristóbal y le confirmó el allanamiento con “área protegida” y las mandó a hablar con autoridades de la iglesia. Por ello la familia intuye que Jorge fue llevado a la Brigada de San Justo, distante a 25 cuadras de la casa familiar. Sumaron a ese dato el hecho anterior sufrido por la madrina de Claudia, Estela Gariboto, secuestrada en el año ’75 y liberada en 1981 y cuyo automóvil fue visto en la puerta de la dependencia. Para ilustrar la complicidad oficial con la represión la testigo contó que a los 3 días de su secuestro su padre fue cesanteado por “abandono de tareas” en la Municipalidad de La Matanza, intervenida por la gestión militar con el teniente Carlos Herrero y luego el comodoro Oscar Barcena. “No podemos hacer nada” les contestó el capitán Bochatey cuando le reclamaron que estaba secuestrado. La búsqueda continuó con los correspondientes Habeas Corpus, la recorrida por hospitales, regimientos, la vicaría castrense. Al igual que la familia de Chidichimo, visitaron a Graselli, quien les dijo que “sólo consolamos a las familias” y pero que en realidad pretendía decidir si “valía o no valía la pena seguir buscando”. Patricia aportó en debate la ficha de su padre confeccionada por Graselli y pidió que se lo cite a aclarar las inscripciones que allí figuran. Finalmente los Congett se vincularon a Madres de Plaza de Mayo. Pero siguieron sufriendo la represión: el 24 de marzo del ’77 sufrieron otro allanamiento donde los represores preguntaron por Jorge, a quien ya tenían secuestrado.

En su testimonio CLAUDIA CONGETT relató que en ese episodio uno de los represores la alzó en brazos y le dijo “¿No querés venir conmigo?”. Ella se grabó ese rostro pese a tener sólo 6 años. Patricia sumó por su parte que ella veía siempre a ese represor rubio cuando en las inmediaciones de la Brigada cuando iba a visitar a su padre al trabajo en la Municipalidad. Al revisar el álbum de fotografías de los represores, Patricia reconoció al rubio en dos fotos distintas del represor Ricardo Juan García. También señaló como participante del operativo a Héctor Carrera. Claudia hizo lo propio y señaló a García como quien la tuvo en brazos. Las hermanas pudieron reconstruir el destino de su padre a través de los testimonios de Nilda Eloy, en igual situación a la narrada por Florencia Chidichimo, y de Horacio Matoso, quien les sumó un dato certero: cuando es liberado del CCD “Infierno”, Matoso recibe un mensaje del detenido apodado “El Abuelo”, que le dice que vaya a avisar de su situación a la capilla Stella Maris. Matoso creyó que se trataba de la Iglesia porteña de Retiro, pero se estaba refiriendo a la capilla homónima del barrio de Villa Luzuriaga en San Justo, a la que Congett solía visitar. Claudia contó que sus padres eran creyentes y comenzaron la actividad social desde la iglesia. Por eso visitaban la capilla Stella Maris. Así pudieron colegir que “El Abuelo” era su padre, que venía secuestrado con el grupo de zona oeste de San Justo a Avellaneda.
Patricia definió con firmeza “Con casi 60 años sigo buscando a mi padre porque no tengo respuesta del estado ni de la Justicia, ni de los que participaron y no dicen lo que pasó con tantos ciudadanos. Hay algunos con varias perpetuas. Nosotros llevamos casi dos perpetuas buscando a mi viejo, porque ellos reciben perpetua y son 25 años, y encima les dan la domiciliaria”. Claudia cerró su testimonio diciendo que “el 20 de noviembre se cumplen 42 años. Queremos ser la voz de nuestro padre y que la Justicia nos escuche. Como hubiera sido la voz de Nilda Eloy y Estela Gariboto, que no llegaron a este juicio”.
Las hermanas Congett, integrantes de HIJOS La Matanza, testimoniaron ante la Cámara Federal platense hace casi 7 años, en diciembre de 2011. Pero por las inexplicables defecciones de la justicia federal deberán seguir esperando justicia ya que el caso de su padre no forma parte de la acusación de este debate, igual que otra veintena de personas que han pasado probadamente por la Brigada de San Justo.
  

La próxima audiencia será el miércoles 14 de noviembre desde las 10 hs. Para presenciarla sólo se necesita concurrir a los Tribunales Federales de 8 y 50 con DNI.

domingo, 11 de noviembre de 2018

31 DE OCTUBRE: DÉCIMA AUDIENCIA


METÁFORAS DEL TERROR
 
Se escucharon los testimonios de los hermanos de Gustavo Lavalle y de una sobreviviente que supo del paso de varios secuestrados llevados desde San Justo al Pozo de Banfield y luego desaparecidos.

Por HIJOS La Plata
 

La audiencia se inició con el relato de ADRIANA HERMINIA LAVALLE, de 65 años, que declaró por teleconferencia desde su casa. Describió el secuestro de la familia de su hermano Gustavo Antonio Lavalle, ocurrido el 20 de julio de 1977 en su domicilio de José C Paz. Gustavo, su nuera Mónica María Lemos, embarazada de 8 meses, junto a su sobrina María de 15 meses fueron llevados a la Brigada de San Justo, donde estuvieron 6 días en el caso de María, y los padres hasta septiembre del mismo año. María fue llevada a la casa de unos vecinos de la familia y los padres trasladados al Pozo de Banfield, donde Mónica dio a luz a María José a comienzos de septiembre del ’77. De allí la pareja fue desaparecida y la bebé trasladada con horas de vida a la Brigada de San Justo, donde fue apropiada por la sargento de la bonaerense María Teresa González y su pareja Nelson Rubén. Tras la lucha de las familias paterna y sobre todo de la abuela materna, Haydé Vallino de Lemos, María José recuperó su identidad en 1987 y los apropiadores González y Rubén fueron condenados a 3 años de prisión en suspenso.
La testigo, hermana mayor de Gustavo, relató que quien se ocupó desde un primer momento del tema fue su padre, Francisco Lavalle, que fue a visitar a su hijo como todos los domingos y se  encontró la casa de José C Paz reventada. A través del relato de los vecinos pudieron saber que hacía cuatro noches se habían llevado a la familia entera en ropa de cama, ya que estaban durmiendo cuando llegó el operativo. Francisco pudo ver las puertas arrancadas de la vivienda y la casa revuelta. Cuando quiso denunciar el hecho en la comisaría de la zona le dijeron que tenía que esperar hasta el lunes para realizar el trámite. Paralelamente realizó los correspondientes Habeas Corpus, que presentó en la justicia de San Martín, ya que vivía en Villa Pueyrredón, Capital Federal.
Adriana relató también que una semana después del hecho, la familia recibió un llamado telefónico anónimo a la casa de Villa Pueyrredón, donde una voz masculina pedía hablar con Francisco “si quiere volver a ver a su nieta”. Entonces conminaron al abuelo para vaya a buscar a su nieta María a un domicilio de Haedo, cerca de la casa de los abuelos maternos: el dato, no menor, denota que los represores tenían muy presente todos los movimientos de la familia, ya que los abuelos Lemos se habían mudado hacía poco tiempo a la zona. Así fue que Francisco Lavalle encontró a María en la casa de un vecino que la había recibido en un moisés y muy descuidada. “La nena estaba con la mirada fija, en estado de shock. No reconocía nada. Es una de las tantas metáforas de lo que es el terror”, dijo Adriana intentando describir lo que había vivido la niña, que presenció el secuestro de sus padres, el traslado a un centro clandestino y la separación de su familia. María vivió toda su infancia con miedos a los ruidos fuertes, a las sirenas y a los uniformados, que la llevaron a sufrir convulsiones. Con la ayuda profesional pudo superar la situación, pero lo que más la ayudó fue reencontrar a su hermana.
En 1985 se iniciaron investigaciones sobre una mujer policía que había revistado en San Justo entre enero del ’76 y marzo del ’78 y que tenía una hija cuya edad coincidía con la de la criatura nacida en cautiverio. Tras la judicialización del caso en los tribunales de Morón, las pruebas genéticas demostraron con un 99.98% de certeza que la niña era hija de Mónica y hermana de María.  Adriana Lavalle contó en la audiencia que el reencuentro y la adaptación de María José con la familia no fue fácil: “Ella sufrió violencia física y psicológica de parte de la apropiadora. Le costaba comunicarse. Además le estábamos presentando una familia vacía, sin los padres, y éramos personas desconocidas para ella”. Pero a medida que se encontraron las hermanas todo fue un poco más fácil.

Adriana también relató que por disposición municipal y a pedido de los vecinos la ex calle 17 de octubre donde secuestraron a los Lavalle-Lemos se llama hoy “Gustavo y Mónica”. “Eran muy queridos en el barrio, sobre todo Mónica. Vivieron menos de dos años en el barrio, pero se los sigue recordando”, dijo la hermana de Gustavo. Adriana contó también que la certeza de que Gustavo y Mónica pasaron por el Pozo de Banfield la tienen por el testimonio de Liliana Zambano, sobreviviente de Banfield que llegó al CCD cuando María José ya había nacido, pero supo que Mónica fue “trasladada” el mismo día que ella llegó, en septiembre del ’77.
Los detalles del caso fueron relatados por las hermanas en la segunda audiencia de este juicio, pero los demás familiares sumaron desde su visión lo que significó la desaparición forzada en la familia, que además el 6 de agosto del ’77 sufrió el secuestro y desaparición del hermano de Mónica, Mario Alberto Lemos, que tenía un taller de trabajos en cuero con Gustavo Lavalle y activaba en la sindicalización de los artesanos en Plaza Francia
Adriana contó que en la desesperada búsqueda la familia contactó a varios informantes, tanto integrantes del Ejército como de la Iglesia católica y en una oportunidad, a través de un secretario de Monseñor Plaza, Arzobispo de La Plata, pudieron confirmar que Mónica había dado a luz en cautiverio. Una vez más, el caso confirma la complicidad y pleno conocimiento de la Iglesia respecto al plan sistemático de represión, torturas, desaparición y apropiación de bebés.


 
A su turno, ARIEL FRANCISCO LAVALLE, hermano menor de Gustavo, brindó un breve relato de lo que él recuerda sobre los hechos, cuando él tenía 16 años. Contó que la última vez que vio a su hermano fue el sábado 17 de julio del ’77 en casa de sus padres. Lo recuerda bien porque fue su cumpleaños, y Gustavo vino a saludarlo. Allí comentó que con su esposa Mónica estaban haciendo trabajo barrial y tenían a la segunda nena en camino. “Estaba muy asustado” reconoció Ariel, y dijo que su hermano “comentó que se sentía perseguido por la represión. No sabía si presentarse en la comisaría y decir ‘Acá estoy’”. Ese encuentro familiar fue la última vez que vieron con vida a Gustavo. Al domingo siguiente su padre fue a visitar a la familia de Gustavo y encontró el desastre.
Ariel también recordó que cuando le tocó realizar la colimba en el Escuadrón Riobamba de Granaderos, sufrió amenazas de muerte y distintos amedrentamientos: “Que no se enteren los superiores de lo de tu hermano desaparecido porque sos boleta” le dijo el jefe de escuadrón.
Analizando las consecuencias de la desaparición forzada Ariel dijo que “La familia quedó rota. Mis padres perdieron un hijo y nosotros perdimos un hermano. Cuando murió mi padre, mi madre dijo frente a la tumba ‘Ahora tengo donde llorar a mi hijo’. Las consecuencias de esto no terminan nunca, ni siquiera con cómo educás a tus hijos, tratando de que no odien por lo que pasó”.
  
El último testimonio de la jornada fue el de la ex detenida LILIZANA ZAMBANO, secuestrada el 30 de agosto de 1977 cuando tenía 22 años y era estudiante de historia de la UNLP y vivía en un departamento frente a la comisaría 9na de La Plata. Zambano fue llevada a la Brigada de Investigaciones de La Plata, a uno de los centros de Arana y al “Pozo de Banfield”. Fue citada específicamente por la identificación que realizó en Banfield de varias personas desaparecidas, ya que además es víctima y caso en las causas por esos CCD y ha declarado en esos procesos.
La testigo relató que fue secuestrada junto a Jorge Gilbert y Zacarías Moutokias por personal de civil que los trasladaron a la Brigada de La Plata, en el centro de la ciudad, para luego derivarla a uno de los centros de Arana, donde sufrió torturas y estuvo dos noches. Luego la volvieron a llevar 1 semana a la Brigada La Plata y el 8 de septiembre del ’77 la trasladaron a la Brigada de Investigaciones de Banfield. Cuando llegó fue ubicada sola en un calabozo. Sin embargó comenzó a comunicarse con otros detenidos y supo que allí estaban Diana Galetti y Virginia Allende, a las que conocía porque ambas habían sido sus profesoras de historia.
Zambano describió que en el piso de Banfield donde ella se encontraba había dos pabellones: uno a la izquierda donde entre otros estaba Rafael Perrota, director del Diario Cronista Comercial, y otro a la derecha en el que estaba ella. En ese ámbito Zambano pudo saber que allí estaban María del Carmen Percivatti y su esposo Daniel Manzotti (ambos desaparecidos), una chica llamada Mercedes y su esposo, y Laura Futulis, militante montonera de la zona de Caseros que estaba secuestrada junto a su esposo Miguel Eduardo Rodríguez. Todos se conocían entre si y habían sido duramente torturados en la Brigada de San Justo. Futulis le contó que entre los secuestrados estaba la pareja Lavalle Lemos, que en septiembre Mónica había dado a luz a una niña y que la otra niña había sido llevada con los abuelos. Además, Zambano deduce que el mismo día que ella llegó a Banfield hubo un “traslado” grande de detenidos entre los que estaba Mónica Lemos. Lo recuerda porque la hicieron limpiar el pabellón donde habían estado estos detenidos y encontró un pantalón de embarazada que había usado Mónica.

Además, Zambano pudo saber de otros detenidos como María Elena Ianotti, militante del Partido Comunista en Marlo y secuestrada en septiembre del ’77 en una carpintería que tenía en esa localidad la familia Moreno, junto a los hermanos Antonio Domingo y José Eduardo Moreno Delgado, ambos sobrevivientes y caso en este juicio. Los tres fueron llevados primero a San Justo y luego a Banfield.
Zambano describió también el perverso mecanismo que los represores hacían correr entre los detenidos, ya que les referían que iban a ser trasladados en avión al sur del país para ser puestos a disposición del Poder Ejecutivo Nacional, con lo cual debían estar en ayuno y desprenderse de sus pertenencias. Los famosos “traslados” no eran otra cosa que la el asesinato y ocultamiento de los cuerpos. “Todos ansiaban el traslado, para ser puestos en situación legal y poder ver a sus familias”, reflexionó Zambano.
Finalmente Zambano relató que fue liberada a fines de octubre del ’77 cerca de Claypole, con la amenaza de que “naciste de nuevo, pero andáte de La Plata”.
 
Tras escuchar los testimonios de esta semana queda flotando en el tribunal otra de las metáforas del terror: por defección de la justicia platense, pese a escuchar a los familiares en el juicio que relatan que toda la familia Lavalle Lemos pasó por la Brigada de San Justo, sólo está imputado en el juicio por los 4 casos el represor Hidalgo Garzón, mientras que el grueso de los genocidas sólo recibió acusación por el caso de María Lavalle. La querella de la familia pidió ampliar la acusación y el TOF 1 lo negó amparado en cuestiones formales. Recordemos que en la segunda audiencia de este debate el juez Esmoris se sacó de encima el tema afirmando que “las falencias de la instrucción no se resuelven con nuevas falencias en el debate oral” y el juez Vega hizo lo propio diciendo que como jueces no están dispuestos a pagar los costos de esta situación ya que “más allá de lo justo y racional del pedido, no se ajusta a derecho”. La fragmentación de la investigación de hechos del Terrorismo de Estado es una nueva mecánica de la victimización hacia los familiares. La justicia federal platense pretende que la familia Lavalle Lemos siga esperando un juicio justo. Esto, claro, si es que los imputados siguen vivos para cuando se realice tal debate.
 
La próxima audiencia será el miércoles 7 de noviembre desde las 10 hs. Para presenciarla sólo se necesita concurrir a los Tribunales Federales de 8 y 50 con DNI.