LAS FORMAS DEL TERRORISMO DE ESTADO
Con los testimonios de un sobreviviente, un militante de base de la zona oeste, la hermana de un desaparecido y una nieta recuperada continuó el debate por los crímenes cometidos en el conurbano oeste en dictadura. Cuatro vidas, cuatro visiones y cuatro formas diversas en las que se hizo cuerpo el Terrorismo de Estado.
Por HIJOS La Plata
La jornada se inició con el testimonio de ROBERTO TIBURCIO LOBO, ex militante del PRT-ERP, sobreviviente de la Brigada de San Justo y, como tal, caso en este juicio. Lobo comenzó relatando que para abril de 1976 tenía 26 años y estaba casado con Ethel María Corti. El 9 de abril de ese año, en horas de la tarde, recibió un llamado telefónico en su casa de Villa Luzuriaga, La Matanza, ubicada a 2 cuadras de Ruta 4. Le decían que una compañera había sido secuestrada. En el momento fue a casas de otros compañeros y avisó que se estaban llevando gente. Para el 10 de abril fue con su esposa a la casa de Silvia Gordillo, una abogada que luego llegó a ser jueza en Morón, y vio cómo llegaba un operativo represivo con la Sra Gordillo marcando personas. Lobo, que además estaba con su hijo Gustavo de 4 años dentro de un auto, dejó a su esposa dentro del domicilio y se alejó del lugar. Por suerte su esposa fue demorada, pero no la secuestraron. La madrugada del 11 de abril se reencuentra con su esposa en su casa, y allí llega el operativo donde ambos son secuestrados. Entre los represores que participaron Lobo recuerda a policías y efectivos de la Brigada de San Justo. Especialmente a un represor rubio y de pelo corto que los golpeó y los tabicó. Tras saquear la casa y ubicarlos en el baúl de un auto los trasladan por un día a lo que suponen, por la distancia y el recorrido del viaje y por las características del inmueble, que es el CCD Puente 12. Allí Lobo y su esposa sufrieron torturas. Pensaban todo el tiempo en su hijo, que había quedado durmiendo cuando cayó el operativo. Luego fueron trasladados de madrugada a la Brigada de San Justo, donde vuelven a sufrir tormentos. “Había un personaje entre los torturadores, no sé si era cabo o policía raso, alto y muy atrevido, que se ensañaba con los secuestrados, los pateaba, los escupía y los orinaba, sobre todo si eran obreros” relató el sobreviviente. En la Brigada sufrió todo tipo de tormentos, como picana, submarino seco, submarino en un balde de agua y hasta el clavado de alfileres debajo de las uñas. En los interrogatorios, que eran a cara descubierta, había presente un sargento del Ejército. Luego alternaron sesiones de torturas con el confinamiento en calabozos. Allí pudo escuchar a un secuestrado que le dijo “Soy Raúl, soy delegado de Mercedes Benz”. En un momento los represores le dicen “ahora viene lo mejor”, y le traen a la celda a su esposa Ethel. Lobo rememoró que tenía una infección en la mano izquierda por las torturas y al no contar con otro elemento se curaban las heridas con orín. También supo de otros detenidos, como una persona joven militante del ERP llamada Alejandra, que estaba detenida con su bebé, y a ambas las que torturaban salvajemente buscando confesiones. Lobo presenció el asesinato de Alejandra y su bebé porque los represores se ensañaban en mostrarle las atrocidades que cometían.
Estando detenido Lobo se enteró que su madre estaba haciendo gestiones para encontrarlos, ya que los represores le dijeron “tu madre anda molestando”. La señora había ido al Regimiento 3 de La Tablada, y se había entrevistado con un tal mayor Flores que si bien le negó saber de Lobo y su esposa, le confirmó que el pequeño Gustavo estaba en la casa de unos vecinos, y le dijo “váyase y no vuelva más”. Cuando recuperó al niño, su madre se lo llevó a Tucumán, y allá la fue a amenazar el jefe de la carnicería desatada en la provincia – en particular sobre el PRT-ERP- el general Antonio Domingo Bussi para decirle “este chico es del Ejército, no se lo entregue a los padres. Venga a firmar cada 15 días. Si necesita algo el Ejército se lo va a dar”.
Pero además en el proceso de su búsqueda, la familia Lobo sufrió el secuestro de su hermano Guillermo, que se había ida a Tucumán en el ’73 y había vuelto para buscar a su hermano. Guillermo era amigo y compañero de un militante uruguayo llamado Liber Trinidad. El 13 de abril del ’76 allanaron la casa de Trinidad en La Tabalada y secuestraron a Guillermo y su compañero. Del hecho fueron testigos la esposa de Trinidad y los vecinos. Ambos continúan desaparecidos. Lo sugerente del caso es que los represores le entregaron a Roberto una camisa y la cédula federal de Guillermo dentro de la Brigada. También supo que a su madre le llegó una valija de ropa de su hermano en Tucumán. Evidentemente Guillermo pasó como detenido ilegal por San Justo en un tiempo posterior al ingreso de su hermano.
Tras pasar un mes y medio en San Justo, Lobo y Corti fueron trasladados en un colectivo de línea a la cárcel de Mercedes. La esposa pasó por Olmos, Devoto y recibió la opción de salida del país. Él debió pasar por Devoto, la Unidad 9 de La Pata, sufrir un Consejo de Guerra y recibir la salida recién en 1978. Lobo se exilió con su esposa en Milán, Italia, hasta 1984. Luego testimonió en Conadep por su caso y el de su esposa. Pero a 42 años de los hechos el caso de su hermano aún no ha sido debidamente investigado.
Al testigo se le exhibió el álbum de fotos de los represores de San Justo y reconoció a Miguel Ángel Bustos, no imputado en este juicio, como uno de los que realizaban las sesiones de tortura. En valiente testimonio, de un pesimismo pragmático y realista, y a diferencia de otros sobrevivientes en cuyos discursos prevalece un irreflexivo “yo no sabía nada”, Lobo reivindicó su militancia guevarista: “Fui militante y no me arrepiento de haber sido militante del ERP, lo digo orgulloso” afirmó, y dijo “yo no creo en la justicia, para mía es una parodia, una mentira. Porque decir justicia a 42 años…siempre en la historia de este país masacraron al pueblo, pasó en la Patagonia rebelde, pasó en Trelew que los masacraron a los compañeros, pasó con Santiago Maldonado. Y nunca hubo justicia plena. Yo lo que pretendo es que la Brigada deje de funcionar como tal, y se haga un espacio histórico para la memoria”.
Luego llegó el testimonio de HÉCTOR FERNÁNDEZ, ex militante peronista de base de La Matanza que compartió actividad con muchos de los dirigentes desaparecidos que son caso en este debate. Fernández rememoró su participación política en los ’70 en la JP de Villa Insuperable, en La Tablada. Allí realizaba tareas sociales con los vecinos organizados de la zona, desde una Unidad Básica ubicada en la calle Amancio Alcorta. Así fue conociendo varios compañeros de las zonas vecinas como Villa Constructora, Lomas del Mirador, Tapiales o Villa Madero. Entre los militantes que conoció destacó a Santos Rodríguez, a quien recordó como “obrero de Yelmo”, José Rizzo, “metalúrgico, buen orador, una persona con mucha dignidad”, Jorge Congett, “militante cristiano que trabajaba en el municipio y le decíamos ‘El Abuelo’”, Ricardo Chidichimo, “era Riki, meteorólogo que hablaba 4 idiomas”, Héctor Galeano, “delegado telefónico, de la UB de Villa Luzuriaga, con él hacíamos festivales con la juventud del movimiento”, Ricardo Adrián Pérez, “vendedor de baterías que militaba en los monoblock de Tablada y desaparecido en Santa Fe”, Gustavo Lafleur, “coordinador del área sindical en los plenarios”, Delfor Soto, “concejal desaparecido, integrante del MR 17 con Gustavo Rearte”, Honorio Gutiérrez, “integrante de la Resistencia Peronista y del Partido Auténtico”, y el apoderado del partido y hoy con tranquila carrera diplomática, Diego Guelar, entre otros.
“Por debilidad del gobierno de Isabel y la promesa de próximas elecciones, armamos un partido”, dijo Fernández al referirse al Partido Peronista Auténtico, la experiencia creada por sectores de izquierda del peronismo en 1975, conducido por Andrés Framini, Oscar Bidegain y Dardo Cabo, entre otros, que tras una corta batalla legal con el PJ debió denominarse solamente Partido Auténtico y que terminó fusionándose con Montoneros en 1977. Si bien Fernández se mostró muy cercano a aquel grupo de militantes de la zona oeste, destacó que “nunca fui parte del partido, fui organizador de las estructuras”.
Sobre la represión que sufrió todo ese grupo, del cual la mayoría se encuentra desaparecido, el testigo afirmó que “fue tremendo lo que hicieron estos verdugos con los compañeros, que tenían como principio de vida luchar por una patria justa, libre y soberana. Todos eran referentes: en el municipio, en telefónicos, en la metalurgia, etc, y todos realizaban tareas sociales”.
Fernández contó que hace un tiempo pudo acercarse a las hijas de aquellos compañeros y contarles lo que sabía de la militancia de sus padres. A través de las familias “y una señora Eloy, ex detenida” supo del paso de los secuestrados por la Brigada de San Justo y luego por el CCD “El Infierno”. El testigo afirmó que él nunca fue detenido en dictadura, pero que en 1984 lo demoraron por una irregularidad en el registro de conducir y lo llevaron a la Brigada de San Justo. Allí sufrió amenazas del plantel de la sede, que continuaba con las mismas prácticas que en la dictadura, y a los que se quejó diciendo “¡se están olvidando que estamos en democracia, a ver quién se atreve a tocarme!”.
A continuación se escuchó el relato de GRISELDA AIBAR, hermana del detenido desaparecido Alejandro “Indio” Aibar, militante de la UES y caso en este juicio, secuestrado a los 18 años. Griselda comenzó contando que su padre Hugo era mozo, su madre Sergia Paolini enfermera y Alejandro era el mayor de 4 hermanos.
Al momento de definir a su hermano la testigo dijo que “trabajaba desde los 14 años como cadete en Bonafide, era militante del amor y la solidaridad, era actor titiritero y payaso. Los fines de semana llevaba su magia con un títere en cada mano a los niños de Pompeya, donde vivíamos, en el salón parroquial o en la sociedad de fomento, y en el hospital donde trabajaba mi madre”.
Cuando lo secuestraron Alejandro cursaba el último año del colegio Manuel Belgrano de Merlo. Griselda recordó que la familia se había mudado al oeste desde Capital Federal. La madrugada del 20 de septiembre de 1977 llegó el operativo de represores armados, algunos de civil y otros de fajina, que preguntaron por la familia “Fernández”. La anécdota ya fue narrada en el debate por José Gabriel y Marcela Fernández, hermanos de Juan Alejandro y Jorge Luis, ambos militantes de la UES de zona oeste, secuestrados y desaparecidos en un operativo simultáneo al caso Aibar. En lo que podría calificarse como “la otra Noche de los Lápices”, entre el 16 y el 29 de septiembre del ’77 fueron secuestrados los hermanos Fernández, Alejandro Aibar, Marcelo “Chelo” Moglie, Enrique “Pluma” Rodríguez Ramírez, Ricardo “Polenta” Pérez, Adriana Cristina Martín y Sonia Von Schmeling, entre otros. Todos militantes de la UES y la mayoría desaparecidos. En lo de los Fernández preguntaron por Ramírez y en lo de los Aibar por Fernández. Con este dato la coordinación de los operativos es innegable.
Mientras era secuestrado su hermano Griselda tenía 7 años y otro hermano mellizo. A ella uno de los represores la tiró de los pelos y la tapó con una frazada. A los padres les informaron que a Alejandro lo llevaban por “averiguación de antecedentes” a la Comisaría de Merlo. En el operativo pudieron divisar unas camionetas de GIBA, dependencia de Fuerza Aérea en la zona, y vieron que lo llevaban hacia Moreno y no a Merlo. Los padres de Alejandro realizaron la búsqueda en las comisarías de la zona, fueron al GIBA y un comodoro los mandó al Ministerio del Interior. Desde allí la madre de Alejandro se vinculó a otros familiares y a Madres de Plaza de Mayo.
“Pasé mi infancia en una infinita soledad” dijo Griselda al definir la ausencia de su hermano y agregó que “Alejandro nos cuidaba a los más chicos. Se hizo cargo de nosotros desde que nacimos, él tenía 11 años y le dijo a mi madre que él nos cuidaría para que ella pudiera ir a trabajar. Cuando se lo llevaron nadie pudo cubrir ese rol”.
Griselda contó que hace muy poco se enteró de la militancia de su hermano, que la familia desconocía. Aun así los padres estuvieron siempre activos en la militancia de Derechos Humanos y en los ’80 fundaron la comisión de familiares de desaparecidos de Merlo. “Yo transcurrí mi niñez en Plaza de Mayo y cuando se enfermaron me dediqué a cuidarlos a ellos” reconoció Griselda. En el año ’97, cuando estaban completando el trámite de reconocimiento de la desaparición forzada de Alejandro se encontraron con la madre de Gladis Morales, una chica desaparecida que había sido compañera de Alejandro en el secundario, militante de la UES y fue secuestrada 3 días antes que Aibar. La madre les dio detalles de un gesto de Alejandro, que se expuso al ir a averiguar por su compañera.
Pero la lucha por Memoria en un partido donde hubo más de 150 desaparecidos, y estuvo gobernado por el fascista del PJ Raúl Othacehé no fue fácil, como contó Griselda. “En Merlo nunca se pudo hablar de Derechos Humanos, recién en esta gestión se creó una oficina y se comenzaron a hacer los homenajes”, dijo la testigo. En una de esas actividades organizadas por la gestión del ex hombre de Othacehé, Gustavo Menéndez, llegó a manos de los Aibar una carta de Liliana Chamorro, una compañera del secundario de Alejandro. En la audiencia del juicio Griselda exhibió el sombrero de artista de su hermano y leyó el texto, donde se relata una acción de volanteada contra la extensión del horario de cursadas que habían planificado juntos pero que Alejandro hizo solo, y que generó la presencia de tropas del GIBA en la escuela para interrogar a los jóvenes. Desde entonces ambos quedaron marcados.
La testigo contó que en torno al juicio por la Brigada de San Justo conoció a otras HIJAS de La Matanza, que le acercaron el dato de que la sobreviviente Adriana Martín había compartido cautiverio en San Justo con Alejandro. Martín dio testimonio de ello en la cuarta audiencia de este juicio y con un relato desgarrador de las atrocidades vividas en el CCD por todo el grupo de la UES, lo contrastó con los pequeños gestos de humanidad y resistencia que pudieron desplegar los militantes allí confinados.
Para finalizar Griselda Aibar reflexionó que “recién ahora, 40 años después, puedo armar este rompecabezas tan necesario como el oxígeno. Mi hermano fue mi ángel guardián y el de muchos”. Además pidió “justicia por la miseria humana que se llevó a mi hermano. Por mis padres que llegaron enfermos a ancianos. Por la niña que fui, que cambió las rondas de juego por las rondas de Plaza de Mayo. Por Alejandro y por los compañeros de la UES. Por los 30 mil. Cárcel común a todos los genocidas”. El pedido fue hecho la misma semana y ante los mismos jueces que volvieron a otorgar una domiciliaria (no efectiva) al símbolo de la represión de la Bonaerense, el comisario Miguel Osvaldo Etchecolatz, imputado en este juicio.
Para cerrar la jornada se escuchó a Paula Eva Logares, hija de los militantes desaparecidos Mónica Grinspon y Claudio Logares, y nieta de la incansable luchadora por la restitución de las hijas e hijos apropiados como es Elsa Pavón.
Paula presentó un testimonio maduro, con más análisis que relato de su propia vida como niña apropiada y del secuestro desaparición de sus padres. Comenzó afirmando la importancia de la identidad propia, por la que tanto se luchó: “Cuando me preguntan mi nombre, yo hoy puedo decir quién soy”. Recordó que en mayo del ’78, cuando ella tenía 23 meses, sus padres ya estaban exiliados en Uruguay, y los 3 fueron levantados en la calle cerca de parque Rodó de Montevideo por un patota que los trasladó a la Brigada de San Justo. Allí pasaron un tiempo juntos, hasta que ella fue apropiada por el subcomisario de la brigada, Rubén Lavallén, y su esposa Raquel Mendiondo, sugerentemente de nacionalidad uruguaya. Mónica y Claudio fueron llevados al “Pozo de Banfield” y desde allí desaparecidos.
“Lavallén me anotó como hija natural propia, con una diferencia de edad de 1 año y medio más o menos. Quien firmó esa partida de nacimiento fue el médico Vidal, que era mi médico mientras yo vivía con ellos. En las visitas médicas daba caramelos, pero yo no los aceptaba”. Paula contó que en un siniestro acto los apropiadores la anotaron como “Paula Luisa Lavallén”, por el nombre de la madre del represor. “No me pudieron cambiar completo mi nombre porque yo no respondía a otro nombre. En un momento lo planteaban como un juego pero yo entendí que no era un juego”, dijo. También apuntó que de niña sufrió lo que se denomina “stress de guerra” que implica el detenimiento del crecimiento biológico de la persona, y que mucho después pudo acomodarse a su edad física y biológica real. En 1988 Lavallén fue condenado a 4 años de prisión por la apropiación de Paula, pero sólo cumplió 1 año y medio a la sombra. Murió impune por el resto de sus crímenes poco después de la reapertura de las causas a los genocidas. Paula recordó que en una audiencia que se otorgó a los apropiadores cuando su caso ya estaba judicializado, y ella todavía era una niña, les reclamó a Mendiondo por qué le había mentido y a Lavallén qué había hecho con sus padres.
La testigo recordó también que el represor cumplió tareas en dictadura como jefe de vigilancia de la empresa Mercedes Benz, que le había cedido un vehículo para que se manejara, y que la llevaba a recorrer tanto la concesionaria en Capital como la planta en González Catán, de donde desaparecieron varios obreros. “Manejaba sin manos, siempre fue una persona violenta en la casa y en la calle”, afirmó. Describió cada uno de los domicilios donde la tenían confinada los apropiadores, y dijo que en un departamento había objetos apilados que intuye eran cosas robadas en los operativos represivos. Dijo que varias veces tuvo la iniciativa de escaparse, ya que “no hubiese elegido nunca estar con los apropiadores, y mis padres nunca hubiesen elegido separase de mi”.
Paula fue restituida a su familia de sangre en diciembre de 1984, cuando tenía 7 años. “En ese momento me puse a llorar, pedí descansar un poco. Y después me fui a vivir a la casa de Banfield de mis abuelos. Durante 2 años tuve custodia permanente de policía, lo que me hacía pensar si me había apropiado u policía por qué me cuidaba ahora la policía”.
En el relato aparecieron los recuerdos de otras historias paralelas de apropiación desde la Brigada de San justo: los caso de María José Lavalle y Victoria Moyano, a quienes conoció de chica en la sede de Abuelas de Plaza de Mayo.
La testigo contó que tiene el recuerdo del garaje de ingreso de la Brigada de San Justo y del patio interno, y que si bien no tiene la imagen, guarda la idea de la separación de su madre, como queriendo agarrarse ambas de los brazos.
Al momento de reclamar justicia, Paula definió que “en el Estado hay mucha información y hay acceso a ello. Estaría bueno asumir el compromiso de buscar y trabajar para determinar el destino final de los desaparecidos”. También reflexionó que “el daño se mantiene hasta hoy. Soy madre y hay cosas que me cuestan porque no conozco parte de mi vida. Hay fallas que siguen estando, no sé si se pueden reparar”.
Para terminar la nieta restituida dijo que “Yo agradezco haber recuperado mi identidad. No sé si en este juicio se puedan saber cosas nuevas. Las penas son simbólicas, pero hay responsabilidades que no se pueden negar. Si estamos acá es porque hay cosas pendientes, y eso va mucho más allá de una condena”. El testimonio pareció concluir recién cuando Paula se abrazó con su abuela Elsa en los pasillos del juzgado, ante la mirada de las hijas de Paula. Una familia que luchó y sigue luchando por una justicia que se estira indefinidamente y se parece mucho a la impunidad.
La próxima audiencia será el miércoles 28 de noviembre desde las 10 hs (el miércoles 21 no hay audiencia). Para presenciarla sólo se necesita concurrir a los Tribunales Federales de 8 y 50 con DNI.