CUATRO AÑOS EN LA BRIGADA
Con
los relatos de 4 testigos por diversos hechos ocurridos entre 1975 y 1978
continuó el debate por este Centro Clandestino de Detención de la zona oeste
del conurbano. Una ex detenida en este CCD en 1975, la esposa de un
desaparecido que pasó por el lugar en 1976, una vecina de dos secuestrados en
1977 y un sobreviviente que pasó 2 meses en el sitio en 1978, dieron un
completo panorama de la actuación del Terrorismo de Estado antes y durante la última dictadura.
Por HIJOS La Plata
La
primer testigo fue EMA DELIA LUCERO,
sobreviviente de la Brigada de San Justo tras estar allí
recluida antes del golpe de Estado del
’76. Su testimonio completó el relato ya realizado en el debate por Elba
Balestri, referido a los operativos realizados en Morón en abril de 1975, donde
fueron detenidos más de 26 militantes de distintas organizaciones de la llamada
Junta Coordinadora Revolucionaria, y donde actuaron agentes de la Brigada de
San Justo en coordinación con militares uruguayos en lo que hoy conocemos como
“Plan Cóndor”.
Lucero
declaró por videoconferencia desde Rosario y contó que era militante del
Partido Revolucionario de los Trabajadores (PRT). Fue secuestrada el 3 de abril
del ’75 en su casa de Morón, en calle Balcarce 2647. Dijo que la sacaron de
allí con los ojos vendados y su bebé Flavio de 11 meses en brazos. La llevaron
una cuadra caminando hasta que la subieron a un auto. Sus otras hijas de 5 y 7
años quedaron en la calle desamparadas. Así la trasladaron en auto con su bebé
hasta un lugar que recién una semana después pudo saber que se trataba dela
Brigada de San Justo porque se lo comentó otra detenida, Estela Gariboto, que
vivía en la zona. En la Brigada fue puesta en una sala con su bebé, pero al
poco tiempo se lo quitaron. Luego la llevaron arrastrando hasta otra sala en un
piso superior, la arrojaron en un camastro de metal y la torturaron con picana
eléctrica mientras la sometían a interrogatorios. Al otro día sufrió cinco
sesiones de torturas con la modalidad de submarino y submarino seco. Tras ello,
y mientras pedía permanentemente por su bebé, fue sacada de la Brigada en auto,
llevada a un predio donde la subieron a un helicóptero y la amenazaron con
arrojarla al vacío si no hablaba. Luego la regresaron a la Brigada y la dejaron
en un patio aislada. Finalmente la ubicaron con otros secuestrados a los que
fue conociendo y supo que había algunos argentinos y un grupo grande de mujeres
uruguayas. Así estuvo 15 días con esos detenidos, mientras seguían las sesiones
de torturas y amenazas de muerte. Tras esto fue
trasladada a la Brigada de Investigaciones de San Martín, donde juntaron a
todas las madres secuestradas en aquellos operativos de abril que tuvieran
hijos, y donde pudo reencontrarse con su pequeño Flavio. En ese lugar una de
las celadoras le dijo que los represores ya habían organizado repartirse a los
bebés que estaban allí si las madres no aparecían, y que ella se había quedado
con su hijo Flavio. Tras una semana en San Martín un grupo de mujeres
secuestradas fueron llevadas sin sus hijos de San Martín nuevamente a San Justo
y luego en un ómnibus a la cárcel de Olmos. En ese grupo, además de Lucero
estaban Estela Favier de Carpanessi, Clarive Ducassou de Leguizamo, Ana Maria Bereau,
Emilia Maria Carlevaro de Rocco, Marta Irene Cardoso de Rodriguez, Carmen
Carballo de Gonzalez, Sonia Magdalena Gonet de Quiroga, Iris Noemi Quiroga Ale de Gimenez, Maria
Cristina Olivera Colzani, Maria Emilia Parola Langhain, Marina Rosa Lombardi de
Ruckz, Graciela Tadey Henestroza, Marta Edith Lockhar Santillan, Nidia Malvina
Calegari de Cacciavillani y Elba Elida Balestri. Luego en Olmos encontró a Circe
Bernardette Artigas. También recordó que en Olmos sus compañeras de cautiverio
comentaron que en el mismo grupo hubo en San Justo otra mujer detenida de
apellido Artigas, cuyo esposo tenía el apellido Moyano. Se trata sin dudas de
María Asunción Artigas de Moyano.
Para finalizar la testigo rememoró que estuvo recluida en Olmos
desde fines de abril del ’75 hasta septiembre del ’76, cuando fue llevada a la
cárcel de Devoto. En Olmos intervino un juez federal de apellido Luque, ante
quien declaró las torturas que sufrió, pero nunca se investigaron esos hechos.
Sobre su hijo afirmó que tras haberlo visto en la Brigada de San Martín, luego
se lo llevaron a Olmos, y finalmente a través de la intervención de un juzgado
de menores logró que lo llevaran con su hermana en Rosario.
La testigo finalizó su
declaración diciendo “Me solidarizo con todos los torturados en la Brigada de
San Justo y de todo el país. Por los asesinados y los 30 mil desaparecidos digo
presente! Ahora y siempre”.
La investigación, el juicio y castigo de los crímenes
cometidos por agentes de San Justo antes del golpe, como por represores
uruguayos que actuaron coordinadamente en la Brigada, es parte de gran cantidad de hechos
aún impunes, parte de la coordinación desde el Estado de la represión
desplegada antes del golpe de marzo del ’76.
A
continuación se escuchó el testimonio de CRISTINA
DEL RÍO, esposa del militante desaparecido Ricardo “Kalin” Chidichimo y
testigo presencial de su secuestro en noviembre de 1976. Del Río relató que Ricardo
“Kalin” Chidichimo comenzó a interesarse por los temas sociales a partir de su
participación en una iglesia de la línea del Movimiento de Sacerdotes para el
Tercer Mundo, tarea en la que se conocieron con Cristina. Luego él siguió
estudiando en la Facultad de Exactas y militando en la JUP. Cristina se puso a
trabajar en la Municipalidad de La Matanza e integraba la JTP zonal.
En
noviembre de 1976 ya estaban casados, Ricardo trabajaba en el Servicio
Meteorológico Nacional, vivían en Ramos Mejía y tenían una niña de 8 meses llamad a Florencia. El 20 de noviembre de
1976 el matrimonio había dejado a la niña en casa de la madre de Cristina
porque iban a ir a un casamiento. Volvieron tarde a la casa de Ramos Mejía.
Ricardo había bebido un poco y se acostaron. A las 4 de la mañana cayó una
patota de entre 8 y 10 represores que rodearon la casa. Unos rompieron la
puerta del frente con una barreta, otros se metieron al terreno por los techos.
Ricardo y Cristina fueron reducidos, tabicados y separados en distintas
habitaciones. Él estaba con un interrogador en el living y ella en una pieza
con otro. A Cristina la tiraron en la cama, le pusieron una frazada encima y le
dijeron “no te destapes, no mires”. Mientras daban vuelta la casa y preguntaban
por armas que no había, los represores encontraron algunos documentos: “¡estos
son legales, tienen libreta de casamiento y recibo de sueldo!” dijeron los genocidas. A continuación les pidieron
papeles de la casa y del auto. A Cristina le mostraron una foto de su hermano,
militar activo en el Regimiento 7 de La Plata, y le preguntaron si se juntaba
con él. También le mostraron material político de Montoneros y como Cristina
los desconoció se violentaron al decir “Traé la máquina que le damos acá
nomás”. Como conocía los modos del ámbito castrense, Cristina cree que los
represores que actuaron en el operativo eran militares. Tras una hora y media de
calvario los represores se retiraron llevándose a Ricardo. A Cristina el
interrogador le mostró la cara, le dio una arenga diciendo que lo que hacían
era por la patria y que iban a volver a buscarla.
Al
quedar sola Cristina salió corriendo de la casa y tomó un colectivo a la casa
de su hermana, distante a 20 cuadras. La testigo dijo que buscó ayuda para
moverse inmediatamente: a través de su suegro, ex oficial de aeronáutica
hicieron investigaciones, habló con su cuñado y juntos fueron a ver a su
hermano militar, pero les dijo que no podía hacer nada porque él también había
sido investigado. Luego recurrió a su otro hermano, y como la familia pensaba
que a Ricardo podían haberlo llevado a Ciudadela o Campo de Mayo consiguió una
gestión ante el general Jorge Olivera Róvere, segundo comandante del Primer Cuerpo
de Ejército, a cargo de la subzona de Capital Federal. Al día siguiente del
secuestro de Ricardo se presentó en la casa de Ramos Mejía un enviado de
Olivera Róvere, un tal teniente Grau, que interrogó a Cristina y le dijo que
Ricardo estaba vivo. Luego la familia consiguió una información de que Ricardo
ya estaba muerto, pero perdieron la pista. Más tarde visitaron al capellán
militar Emilio Graselli, que confeccionaba fichas de desaparecidos y sus
familiares para aportar a la inteligencia represiva. Graselli les mostró una
liste de personas en las que estaban discriminados los muertos, desaparecidos o
detenidos. También enviaron cartas al ministro del Interior, Albano
Harguindeguy, pero no obtuvieron respuesta.
Un
tiempo después Cristina recibió la visita de una persona en casa de su madre
que dijo ser y señaló que él era
militante del PC, había estado 15 días secuestrado con Ricardo, que estaba
bien, que podían pasarlo al PEN y que se sigan moviendo en la búsqueda por la
Iglesia. Cristina primero creyó la versión, pero luego sospechó que esa persona
era un represor que estaba controlando a la familia. Más tarde otra persona
llegó hasta la tía de Ricardo en Lanús, le informó que su hijo había estado
detenido con Chidichimo y que se movieran rápido porque lo iban a matar.
Luego la familia se vinculó a los organismos de Derechos Humanos,
y la madre de Ricardo, Nélida Fiordeliza de Chidíchimo, se integró a Madres de Plaza de Mayo.
Participaban de las reuniones de los organismos en la Liga Argentina por los
Derechos
del Hombre y estuvieron presentes en varias de las misas que se realizaban para
pedir por sus familiares.
En
ese contexto vivieron la operación de infiltración que realizó en 1977 el
genocida Alfredo Astiz en Madres, bajo la identidad falsa de Gustavo Niño.
Cristina desconfió siempre de esa persona que decía tener un hermano
desaparecido en Mar Del Plata. Sobre todo porque una vez Astiz en persona le
había preguntado si Ricardo “anda en la joda”, que los desaparecidos “deberán
estar todos muertos” y que “algo hacía si está desaparecido”. Otra vez apareció
con una secuestrada a la que presentó como su hermana, alzó a Florencia en sus
brazos y ofreció a Cristina llevarla a su casa después de la reunión. Ella lo
rechazó. La operación terminó con el secuestro de las Madres Azucena Villaflor,
Esther Ballestrino y María Ponce Bianco, además de las monjas francesas Alice
Domon y Leonie Duquet, ocurridos entre el 8 y 10 de diciembre de 1977 en la
misa de la Iglesia de Santa Cruz en Capital Federal.
La
testigo también relató lo que fue su vida y la de su hija posterioridad al
secuestro de su marido. Dijo que en su trabajo en la Municipalidad de La
Matanza le dijeron que renuncie o que le escrachaban la libreta cívica como
subversiva. “Me quedé sin trabajo, sin marido y sin nada. Estaba sola y de la
mano de mi hija”. Contó que sufrieron el rechazo de vecinos y amigos por tener
un familiar desaparecido, y que un tiempo después de los hechos consiguió
trabajo en un jardín y guardería, donde cruzó a uno de los represores que
actuaron en el operativo en su casa vestido de uniforme y realizando un control
en la calle. Dijo que a su hija comenzó a contarle lo sucedido con su padre
desde los 4 años y que siempre le inculcó la búsqueda de justicia y no de
venganza.
Además
la testigo relató que la familia terminó de confirmar el paso de Ricardo por
los CCD Brigada de San Justo entre su secuestro y fines de noviembre del ’76 y luego
por la Brigada de Lanús en Avellaneda o “El Infierno”, gracias al aporte de la
ex detenida Nilda Eloy, que había compartido cautiverio con él en el segundo
sitio. Agregó que hoy también saben de otros compañeros de militancia de zona
oeste que están desaparecidos y pasaron por San Justo como Jorge Congett, Mario
Sidotti, Gustavo Horacio Lafleur, Héctor Galeano y José Rizzo, cuyos restos
fueron identificados por el EAFF en 2009. Con esos militantes Ricardo estaba
armando el Partido Auténtico. Fueron secuestrados, pasaron por la Brigada de
San Justo y su caso forma parte de la acusación de este debate.
Al
finalizar su testimonio Del Río pidió la continuidad de los juicios a los
genocidas para que haya un aprendizaje de lo que sucedió en el país en los años
del Terrorismo de Estado.
La
siguiente testigo fue MARTA MOYANO, llamada
a testimoniar por haber sido mencionada en el debate por la familia de Hermann
y Sonia Von Schmeling, padre e hija desaparecidos desde la Brigada de San
Justo, como una vecina que en la época de los hechos había ofrecido un contacto
militar en la primera búsqueda de estas personas desaparecidas.
Moyano
ratificó aquella afirmación y dijo que en los ’70 su marido, Horacio “Cone” Díaz,
y ella tenían militancia política cercana a Montoneros. Ella tenía una tarea
más restringida a lo barrial porque debía criar a sus 3 hijos. La testigo dijo
que de esas tareas conocía a Herman Von Schmeling y a Marcelo “Chelo” Moglie,
que compartían el espacio militante y eran vecinos del barrio Villa Udaondo.
Además su marido era empleado de la empresa CADECA que gerenciaba Von Schmeling.
Relató
que el 8 de octubre de 1976, mientras su marido estaba de viaje por motivos
trabajo, sufrió un operativo en su casa donde varios hombres de civil
ingresaron, la redujeron, la vendaron y le hicieron preguntas por Hermann y por
la sala de primeros auxilios que el militante estaba construyendo con sus
compañeros de militancia en el barrio. El compromiso social de su padre y esa
experiencia de organización barrial fue ampliamente descripta en el debate por
Hermann Von Schmeling hijo. La testigo dijo que la llevaron a marcar una casa mientras
otro grupo fue a lo de los Von Schmeling. Luego la devolvieron a su casa y le
dijeron que cuando llegara su marido les avisara. Para ello le dejaron un
teléfono a nombre de un capitán Torres. Por testimonio de familiares de Von
Schmeling se sabe que esa noche llegó un operativo a la casa familiar de Ituzaingó donde varios
vehículos y personal uniformado que se presentó como “fuerzas conjuntas”,
redujeron al padre, robaron pertenencias de la familia se llevaron a Hermann a
la Comisaría 3ra de Castelar, donde fue torturado y tras un mes de cautiverio
fue liberado.
Antes
de que Moyano llamara al tal Torres los represores se comunicaron y le dijeron
“Tenemos a Hermann y a Moglie, falta tu marido”. Entonces los genocidas deciden
ir a instalarse a la casa de Moyano a esperar a Díaz. Finalmente Díaz fue
detenido y llevado a la Comisaría de Castelar, donde su esposa pudo verlo tras
ser llevada coaccionada por los represores. En Castelar Moyano también pudo ver
a Cristina Ovejero, alias “Tucu”, militante de su grupo allí secuestrada. La
testigo afirmó que supo que todas esas personas detenidas en Castelar, entre
ellos su marido, habían sido liberadas.
Moyano
dijo también que tras el secuestro de Sonia Von Schmeling, ocurrido el 28 de
septiembre de 1977, ella se vinculó a la familia de la joven y ofreció su
contacto militar para la búsqueda. Dijo que llamó a Torres, quien la citó en la
Plaza Mitre de Morón, y cuando ella le pidió por Sonia le dijo que no sabía
nada, aunque dejó entrever que quizás sería liberada. A pedido de la madre de
Sonia, Moyano gestionó llevarle a Torres algunas cosas para que le entregaran a
la joven detenida. La testigo dijo que hizo esa entrega y que tras verlo 3 o 4
veces más, en un encuentro de octubre del ’77, Torres le dijo que se olvidara
del tema y que él tenía que irse a Córdoba. No volvió a verlo nunca más.
Moyano
afirmó que para ella el tal Torres era efectivo de la Comisaría de Morón y lo
describió como una persona alta, rubio, de tez blanca, de unos 35 años y que se
presentaba siempre vestido de civil.
En
noviembre de 1977 fue secuestrado Hermann por segunda vez. Moyano dijo que se
acercó nuevamente a la familia y al intentar llamar al teléfono que le había
dejado Torres la atendió otra persona que le dijo que el detenido “se fue de
traslado” y que no llamara más.
En
la audiencia 14 de este juicio la cuñada de Hermann, Irma Greus, dijo que
Moyano ofreció a la familia sus contactos, no aclaró de qué fuerza, los hizo
ilusionar con llevarle algunas cosas a la joven en su lugar de detención y
hasta trajo una supuesta nota de Sonia diciendo “mamá, estoy bien”. Al ser
preguntada si ella gestionó la entrega de una carta de Sonia detenida a su
familia a través de Torres dijo no recordar el hecho.
El
último testimonio de la jornada fue el de
MIGUEL ISAAC BERENSTEIN, abogado y simpatizante del PCR que estuvo secuestrado
2 meses en la Brigada de San Justo en 1978.
El
sobreviviente comenzó refiriendo que
tras recibirse de abogado en la UNLP comenzó a trabajar en el año ’74, primero
con un colega de La Plata y luego en Capital Federal. Posteriormente trabajó en
el área de legales en un sindicato de trabajadores rurales en Marcos Paz y
realizaba tareas sociales en el Complejo 17 de Ciudad Evita, La Matanza. Aclaró
que tenía simpatía con sectores de izquierda y aunque no era militante estaba
cercano al PCR. Vivía en Ramos
Mejía con su esposa y su hijo pequeño. Producido el golpe de Estado
suspendió estas actividades porque fueron secuestrados el secretario del
sindicato y el intendente de Marcos Paz, Oscar Sánchez, junto a su secretario. Berenstein comenzó a presentar recursos de
Habeas Corpus por estos y otros casos que le iban llegando, desde su estudio en
Morón, ubicado en calle San
Martín nº 186. Como abogado había actuado en el reclamo legal por el
secuestro de la militante social Cirila Benítez, referente del Complejo 17. Y
luego del secuestro de un grupo de personas a la salida de una misa en San
Justo donde se pedía por la libertad de Benítez, también interpuso habeas
corpus por esas personas. El testigo aclaró que los resultados de los recursos
siempre fueron negativos y, como “la justicia no existía”, decidió encaminar el
paso de las causas a la justicia penal ordinaria.
Berenstein
relató que recuerda bien el día de su secuestro porque tres días antes había
nacido su segunda hija y su esposa había salido de la clínica un día antes. El
18 de mayo del ’78, cuando volvía en colectivo desde el trabajo en Morón a casa
fue abordado por un Falcon con 3 tipos de civil desde donde le gritaron “¡alto!”.
Intentó meterse en una casa pero lo redujeron mientras de cían “¡Acá está el
hijo de puta! ¡Vos sos el que anda librando cheques sin fondo!”. Él decía que
era abogado, a los que le respondieron “¡qué boludo que sos! ¡Caíste!”. Así lo
llevaron atado en el piso del Falcon hasta la Brigada de San Justo donde fue depositado en un calabozo y
luego torturado con picana, golpeado e interrogado. Allí estuvo dos semanas con
régimen de torturas dos o tres veces por día, y un especial ensañamiento por
ser judío. Debió escuchar improperios como “Este es de la sinarquía
internacional, de los que se quieren apoderar del mundo” o “¡Sos judío y no
tenés plata!”. Así continuó hasta fin de julio, y en una oportunidad los
torturadores le hablaron de su esposa y su hija y Berenstein se desmayó de la
impotencia y desesperación. Cuando lo reanimaron vino un represor que la jugaba
de bueno a decirle que ya sabían que era abogado, y que hablara porque todos
sus compañeros ya lo habían hecho.
Aunque
en San Justo siempre estuvo recluido solo, pudo comunicarse con otros
detenidos, entre ellos Atilio Barberán, que le confirmó que estaba él y otros
colaboradores del Complejo 17 de La Matanza, como Jorge Heuman y Amalia Marrón,
Norberto Liwski, Francisco García Fernández, Raúl Petruch, Alfredo Manfredi,
Elisa Moreno, Aureliano y Olga Araujo y Abel De León. En San Justo Marrón le
envió un papel con un mensaje en la comida y Barberán le dijo que en breve iban
a ser liberados. Al día siguiente Berenstein fue tabicado, subido a un auto,
llevado a un descampado y atado a un árbol. Allí le realizaron un simulacro de
fusilamiento y los represores se retiraron. El sobreviviente contó que lejos de
significar la liberación, el incidente fue el paso a otra dependencia: llegó un
móvil de la Comisaría de Isidro Casanova, lo destabicaron y desataron y se lo
llevaron a esa sede. Aún seguía estando desaparecido, porque cuando preguntó
por qué lo llevaban no le informaron nada y el Comisario ordenó que lo ubicaran
en la celda. A las 72 horas lo llevaron al entrevistarse con el subcomisario,
que lo atendió mientras comía y le dijo que ese lugar era una dependencia
operacional del Comando del Primer Cuerpo y que estaba a disposición de un Consejo
de Guerra. Tras una semana solo pudo tomar contacto con detenidos comunes y le
pidió a un vendedor ambulante que si salía visara en su casa que lo había
visto. Así fue, aunque le valió una curiosa reprimenda del personal de la
comisaría: “¿Cómo sabe tu familia que estás acá? Vos no estás acá”. De Isidro Casanova
lo llevaron a revisación médica y luego a Devoto, donde lo visitó su esposa y
pudo conocer a su hija. Llegado el momento del Consejo de Guerra, que vivió en
paralelo a otros secuestrados en San Justo, se negó declarar y el coronel
Vasili, que presidía el tribunal, le dijo que tenían pruebas secretas contra él
y que estaba acusado por hechos contemplados en la ley 20.840. Finalmente el
tribunal militar se declaró incompetente y su causa fue pasada al juzgado
federal del juez Anzoátegui. De Devoto fue llevado a la Unidad 9 de La Plata,
donde lo visitó su familia y pudo recibir asesoramiento del abogado Jaime
Lipovetzki. El sobreviviente fue finalmente liberado desde la Unidad 9 el 24 de
abril del ’79. Lo soltaron a las 3 de la mañana con un papel que decía “Se pone
en libertad al delincuente terrorista Miguel Berenstein”. El testigo afirmó que
sabía que muchos liberados eran secuestrados a la salida de la U9 o de Devoto,
aunque tomó el tren hasta Capital Federal y llegó sin problemas a su casa en Ramos
Mejía.
“Aunque
yo hubiera sido el peor asesino merecía Justicia” dijo el abogado, y agregó “en
total fue un año, pero a mí me pareció que me quitaron varios años de mi vida”.
Contó también que mientras estuvo detenido su familia la pasó muy mal
económicamente. Su esposa recibió amenazas de muerte y fue obligada a renunciar
en su trabajo en el Hospital Posadas. Él estuvo un tiempo sin conseguir
trabajo, hasta que un amigo le dio tareas de abogado para empezar a recomponer
su actividad. Con su esposa decidieron mudarse a San Bernardo, donde sufrió entre
fines del ’79 y hasta 1980 el seguimiento de agentes que se le acercaron, se
identificaron como integrantes del Servicio de Inteligencia del Ejército (SIE)
y le dijeron “queríamos ver cómo estabas”.
Para
finalizar el testigo reflexionó “lo que se hizo fue un verdadero genocidio, por
eso pido Memoria, Verdad y Justicia. Y esto que está sucediendo acá es producto
de los años de lucha de los organismos de Derechos Humanos”.
En
los cuatro relatos de esta audiencia se vieron reflejadas las experiencias
vividas por diversos militantes sociales en cuatro años que van desde la
represión ejercida por el tercer gobierno peronista en 1975 hasta los peores
años de los grupos de tarea de la última dictadura. La Brigada de San Justo
actuó en todo ese período, que es mucho más amplio de lo que este juicio tardío
y fragmentado incluye como casos.
La próxima audiencia será el miércoles 10
de abril desde las 11 hs. Para presenciarla sólo se necesita concurrir a los
Tribunales Federales de 8 y 50 con DNI.
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