AUSCHWITZ DEL OESTE
Con los relatos de dos sobrevivientes del cautiverio en San Justo, dos familiares y una vecina que vio secuestrar a la familia Lavalle-Lemos, continuó el desarrollo del debate por uno de los centros clandestinos más grandes de la zona oeste del conurbano. El rol de la Brigada, no sólo como lugar de “registro” sino también de exterminio, va quedando cada vez más claro.
Por HIJOS La Plata
Esta nueva audiencia comenzó con el testimonio de MÓNICA QUIÑONES, vecina del barrio San Fernando del partido de José C Paz, quien presenció los momentos posteriores al secuestro en aquel lugar de la familia Lavalle-Lemos, que fue trasladada a la Brigada de San Justo y luego al Pozo de Banfield.
La testigo rememoró que en 1977 ella tenía 10 u 11 años y conocía al matrimonio de Gustavo Lavalle y Mónica Lemos, porque habían ido a vivir a un terreno lindero a su casa. Dijo que al día siguiente en que la familia fue secuestrada, la noche del 20 de julio del ’77, fueron a su casa dos vecinos que avisaron del hecho y decidieron entrar a la casa para ver qué había pasado y avisarle a los padres de los jóvenes. Así fueron un grupo de vecinos entraron al domicilio y encontraron todo revuelto: ropa, libros, muebles, un piso plástico levantado y hasta la cuna de la pequeña María, de 15 meses. Varios vecinos habían visto el operativo y fueron testigos de que se llevaron a Gustavo, a Mónica y a su hija.
“En el barrio éramos como una familia” dijo la testigo, y agregó que “eran calles de tierra, habías muy pocas casas en ese momento”. Al recordar a la pareja desaparecida señaló que “Mónica estaba esperando un bebé y era un embarazo notorio. Había una relación maravillosa con ellos, con los dos. Eran muy solidarios. Ella era maestra y colaboraba con la tarea de los chicos del barrio, les hacía el mate cocido, esas cosas”.
Los vecinos se enteraron de que estaban desaparecidos por vía de los padres de los jóvenes, que les contaron que a María la habían recuperado poco tiempo después. La pareja dejó una marca muy profunda en los vecinos, a tal punto que a pedido de ellos el concejo deliberante de José C Paz se cambió el nombre de la calle 18 de octubre, donde vivían y fueron secuestrados, que hoy se llama “Mónica y Gustavo”.
La historia del matrimonio Lavalle-Lemos ya ha sido relatada en el debate por las hijas María y María José, y por los hermanos de Gustavo, Adriana y Ariel. Todos coincidieron en que en aquel invierno del ’77 la familia completa fue secuestrada y llevada a la Brigada de San Justo, donde estuvieron 6 días en el caso de María, y los padres hasta septiembre del mismo año. María fue llevada a la casa de unos vecinos de la familia y fue recuperada por su abuelo paterno. Los padres trasladados al Pozo de Banfield, donde Mónica dio a luz a María José a comienzos de septiembre del ’77. De allí la pareja fue desaparecida y la bebé trasladada con horas de vida a la Brigada de San Justo, donde fue apropiada por la sargento de la bonaerense María Teresa González y su pareja Nelson Rubén. Tras la lucha de las familias paterna y sobre todo de la abuela materna, Haydé Vallino de Lemos, María José recuperó su identidad en 1987 y los apropiadores González y Rubén fueron condenados a 3 años de prisión en suspenso.
Pese a estar claro todo el derrotero desde hace décadas, impera la impunidad y el hecho inexplicable de que habiendo pasado toda la familia por la Brigada de San Justo, en este juicio sólo esté imputado por los 4 casos el represor Hidalgo Garzón, mientras que el grueso de los genocidas sólo recibió acusación por el caso de María Lavalle. Los jueces del TOF1 platense, que se negaron a aceptar una ampliación de la acusación realizada por las querellas al inicio del debate, pretenden que la familia siga esperando justicia.
A continuación se escuchó el testimonio de LINO DANIEL AGÜERO, hermano del desaparecido Alfredo Agüero, de 17 años, secuestrado en La Tablada en 1977 y llevado primero a la Brigada de San Justo y luego al Pozo de Banfield.
Lino inició el relato narrando tres hechos que vivió la familia previo al secuestro de su hermano. En principio en agosto 1977 se presentó una persona en el restaurant-bar que tenía la familia en Ciudadela, partido de Tres de Febrero, ubicado a una cuadra del hospital local Ramón Carrillo. Esta persona, a la que conocían como “Pipo”, vino acompañado de otra. Sabían que era militante y conocido de su hermano, y que había sido secuestrado cinco días antes. En tan singular situación “Pipo” llamó a Alfredo, le presentó a su acompañante como “un amigo de la causa” y le preguntó por un conocido en común, Héctor Roldán, practicante de Enfermería del Hospital Carrillo. Alfredo le contestó que no sabía y se retiraron. En verdad se traba de José La Bruna, trabajador del Hospital Carrillo y militante de la JTP de zona oeste secuestrado y desaparecido en agosto de 1977. Lino recordó que “Pipo” estaba “pálido y con un sobretodo que no era de él”. Luego la familia se enteró por un vecino que en el horario de cierre de media tarde del restaurant había llegado al lugar un operativo con varios autos y al ver el lugar cerrado trataron de abrir la puerta, pero se fueron. Varios testigos relataron en el juicio que el restaurant fue espacio de muchas de las reuniones políticas de militantes de la zona, como “Pipo” Labruna y “Chupete” De Iriarte, vinculados a la militancia en el hospital Carrillo y en el sindicato de ATE, cuya sede estaba al lado del bar. La misma tarde, después de las 8 de la noche volvió el operativo al restaurant, donde estaba casi toda la familia y muchos parroquianos. Los represores, 10 tipos armados y de civil, obligaron a Narciso, padre de Alfredo y Lino, a que desaloje el lugar y lo redujeron en el salón. Al resto de la familia, Lino, su hermano José y su madre en la cocina. A la mujer de Lino la llevaron a una habitación con un hijo en brazos. Los golpearon preguntando por Alfredo, y uno de los represores amenazó con llevarse a la madre si no entregan el dato. Entonces Lino dijo que estaba en casa de una tía en La Tablada, partido de La Matanza. Así fue que los represores desdoblaron el grupo, uno se quedó con la familia en el restaurant y otro salió para Tablada en un Falcon amarillo con Lino secuestrado. Lo tenían encapuchado y atado con grillete al piso del auto. Cuando llegaron lo obligaron a llamar a su hermano, que cuando llegó fue reducido y metido en el baúl del Falcon. Entonces los llevaron a un lugar donde bajaron a Alfredo, abrieron un portón y lo entraron. A Lino lo llevaron en el auto de vuelta a Ciudadela y lo liberaron. Nunca más volvieron a ver a Alfredo aunque comenzaron la búsqueda al instante. En una oportunidad en que Lino fue a San Justo, vio el Falcon amarillo salir de la Brigada de San Justo y aportó el dato a su padre, que hizo interceder a un comisario amigo ante los represores de San Justo. Allá lo recibió un policía apellidado Ruiz y le dijo que estaba detenido pero que “no se puede hacer nada” porque estaba a disposición del Comando Zona I del Ejército. Lo mismo le dijo el jefe de la Brigada, comisario Oscar Antonio Penna. Narciso escribió también varias cartas al ministerio del Interior y al propio genocida Jorge Rafael Videla. Además fue con su hijo en diciembre del ’77 a la Jefatura de Policía de la bonaerense en La Plata, donde lo recibió el represor Miguel Etchecolatz, imputado en este juicio. “Yo escuché la conversación desde afuera”, dijo Lino Agüero en el debate y agregó que “Etchecolatz le gritaba que mi hermano no era ningún menor de edad. ‘Tu hijo es un montonero y ha sido ajusticiado’ le dijo a mi padre, y cuando le pidió el cuerpo le respondió que ‘si uno comete un asesinato, se protege para que no lo encuentren’”. En esas gestiones en la sede de la Dirección de Investigaciones, que duraron casi un año, una vez Narciso reconoció en fotografías que les exhibieron a 5 de los integrantes del operativo que secuestró a Alfredo. El hecho no tuvo ninguna consecuencia y por el paso del tiempo con impunidad Narciso no podrá repetir ese dato en el debate, pero su testimonio está agregado a la causa.
Su hijo Lino agregó en el debate que además hicieron gestiones en Casa Rosada, donde les concedió una entrevista Videla, pero los recibió un capitán Fernández que le dijo a Lino que no había causa ni pedido de detención contra su hermano. Pero además lo amenazaron y le dieron una paliza para que no vuelva nunca más.
Lino afirmó también que la familia consiguió el dato de que Alfredo había sido llevado a la Brigada de Investigaciones de Banfield e intentaron ir al lugar, pero no los dejaron llegar.
El testigo recordó muy bien a cada uno de los 4 genocidas que lo llevaron en el viaje a secuestrar a su hermano, los describió uno por uno y distinguió sus roles. Al momento de exhibírsele fotos los reconoció como Néstor Soria, Domingo Cida, y los imputados en este juicio Ricardo Juan García y Héctor Horacio Carrera.
El siguiente testimonio correspondió a JOSÉ EDUARDO MORENO, uno de los tres integrantes de la familia que sufrió y sobrevivió el cautiverio en la Brigada de San Justo. José Eduardo es hijo de Antonio Domingo Moreno y sobrino de José “Pepe” Moreno Delgado. Los Moreno eran una familia numerosa que tenía una carpintería en calle San Martín al 4001 del barrio parque San Martín del partido de Merlo. Allí trabajaban Antonio, “Pepe” y José Eduardo realizando muebles a pedido y otras tareas. Y la familia tenía su vivienda en el fondo del local. Conocían a los Gambero-Ianotti porque eran vecinos: José Gambero les arreglaba los motores eléctricos de la carpintería y María Elena Ianotti era clienta. Los Moreno simpatizaban con el PC, del que María Elena era tesorera, y compraban el diario “Nuestra Propuesta”, pero no participaban activamente de la militancia política.
José Eduardo contó que el 14 de septiembre de 1977, cuando tenía 23 años, su padre estaba construyendo su casa a pocas cuadras del negocio y él fue hasta allí en bicicleta a llevarle unos materiales al plomero. Cuando regresó eran las dos de la tarde y ya estaba el operativo desplegado. Un represor le preguntó qué hacía allí y él le respondió que vivía ahí. “¡Acá tenés a otro!”, fue la respuesta y lo metieron dentro de la carpintería a puro culatazo de Fal. Adentro estaban sus familiares y Ianotti, que había ido a buscar unos muebles de cocina que había encargado. Además el resto de la familia fue retenida y amedrentada en la vivienda, igual que algunos clientes que llegaban al lugar. Tras ser retenidos un tiempo Antonio, “Pepe”, José Eduardo y Ianotti fueron tabicados y ubicados en una camioneta Dodge azul con caja cerrada y trasladados a la Brigada de San Justo. Allí los bajan y los retienen un rato en el piso hasta que comienzan las torturas. José Eduardo fue llevado a una sala y atormentado mientras le preguntaban por un tal “Tito bigote”, “¿cuántos embutes hicieron?” y especialmente por una mesas de doble fondo. El testigo explicó que un tiempo antes un ex empleado de la carpintería había fabricado unas mesas con doble fondo que, según había dicho, eran para un corredor de seguros que necesitaba guardar documentos. Algunas de esas mesas quedaron sin terminar, y fueron halladas en el operativo en la carpintería. Moreno detalló que mucho después supo que una de esas mesas había caído en un allanamiento en Córdoba a militantes montoneros y los represores venían siguiéndole el rastro hasta dar con ellos. El testigo describió al detalle las torturas sufridas en San Justo, incluido el procedimiento de introducirle una cuchara metálica en el ano y luego aplicarle corriente. Después de eso Moreno estuvo 2 días en un calabozo solo, tras lo cual lo juntaron en una celda con sus familiares, Ianotti y otras personas, de las que recuerda a Alfredo Agüero, Enrique Iglesias, Jorge Catanese, Enrique “Pluma” Rodríguez Ramírez, Osvaldo Raúl “Café” Corrales, Raúl Fahyt y alguien apodado “Virulana”. Todos ellos, excepto “Virulana”, son caso en este juicio.
Tras 15 días en San Justo, los tres Moreno fueron trasladados al “Pozo de Banfield” en la misma Dodge azul que los llevó al primer lugar de detención. El destino de María Elena Ianotti de Gambero se perdió en Banfield, donde también fue vista por los sobrevivientes Liliana Zambano y Nieves Luján Acosta. Tras otras dos semanas en Banfield fueron llevados en un camión celular de la Policía bonaerense a la Comisaría 3ra de Valentín Alsina. Después de pasar otros 15 días en Lanús, fueron liberados en Camino de Cintura. José Eduardo afirmó que al volver a su casa se enteró que el día del operativo se habían llevado a la Brigada a su mujer, Ana María Fontana, cuando llegó a la casa y que el operativo duró hasta las 20hs. Fontana fue liberada al otro día.
Para finalizar Moreno realizó el reconocimiento de varios represores en el álbum que se le exhibió, entre ellos a Jorge Sixto Ceballos, Ángel Eduardo Amurad y a uno que dirigía el operativo en su casa y la tortura en el CCD como Ricardo Juan García. El testigo finalizó diciendo: “Me gustaría que esto tenga un final para poder cerrar una etapa de mi vida que fue y sigue siendo muy dura”. Y refiriéndose a los represores imputados agregó: “Me hubiera gustado tener la garantías que estos señores tienen ahora”.
Para completar el relato de lo sufrido por la familia, se escuchó a ERNESTO MORENO, hermano de José Eduardo e hijo de José “Pepe” Moreno que al momento de los hechos tenía 5 años. Ernesto exhibió dos fotos como homenaje a las víctimas que ya no están. En una se ve a su tío y su abuelo en el taller de la carpintería, ambos ya fallecidos, y en la otra a la pareja de María Elena Ianotti, desaparecida y caso en este juicio, y Jorge Gambero, que falleció hace poco tiempo.
Ernesto contó que recuerda que aquella tarde de septiembre del ’77 estaba jugando en la terraza, escuchó ruidos, se asomó hacia la calle por una pared y vio un grupo de autos, una camioneta furgón y varios hombres armados. Cuando bajó para buscar a su madre los represores ya estaban adentro y habían separado a los hombres. Su abuelo, su hermano, sus tíos y un empleado del negocio estaban encapuchados. Ernesto corrió con su mamá, a la que llevaron a la cocina de la casa y sentaron en una silla. Mientras tanto seguían llegando al lugar clientes, que automáticamente eran metidos adentro y recibían el mismo trato: golpes, insultos y tabicamiento. El testigo recordó que cuando se acabaron las capuchas comenzaron a usar unos trapos de lustrar muebles de la carpintería como tabique.
Ernesto no pudo ver el momento en que se llevaron a sus familiares, ya que cuando su madre lo mandó a espiar sólo pudo ver unos muebles revueltos y nada más. Sí recuerda que uno de los represores le dijo a su mamá cínicamente “Cuidado que el velador de la pie da electricidad”. El testigo reconoció a ese represor como Néstor Alberto Ciaramela en el álbum de fotos que se le exhibió.
Además recordó que su madre y Jorge Gambero realizaron varias gestiones para averiguar por sus familiares. Incluso contó una anécdota en que con su mamá y una tía fueron caminando hasta la sede del GIBA, dependiente de Fuerza Aérea. Sumó que tropas del GIBA realizaron inteligencia en su casa rondando a toda hora y que hicieron allanamientos donde hasta levantaron la tapa de la bomba de agua para revisarla. En clara coincidencia, otros testigos en el juicio han mencionado la camioneta azul del GIBA como interviniente en los operativos.
Sobre el regreso de sus familiares secuestrados tras 45 días de cautiverio, Ernesto recordó que fue una noche que ya estaban con su mamá acostados y vio que su papá se asomó por la puerta de la pieza: “no lo podía creer. Yo me había hecho la idea de que no volvían más”, dijo el testigo. Ernesto cerró su exposición pidiendo condena a los responsable por su lo que vivieron su padre, su tío, su abuelo, por la desaparecida María Elena Ianotti, por su compañero Jorge Gambero que murió buscando justicia y por los 30 mil.
El último testimonio lo realizó el sobreviviente RICARDO CABELLO, que estuvo detenido en la Comisaría 1ra de La Matanza, ubicada al lado de la sede de la Brigada de San Justo. Cabello relató que fue secuestrado de la casa de sus padres en Bernal en 1977. Tenía 15 años y se reivindicaba militante, primero de la JP y luego del PRT, para quien repartía la prensa de la organización. Vivía con sus padres y sus hermanos en una casa humilde que no tenía puertas por el lado trasero. Así fue que la noche del 25 de agosto se despertó con el grupo de tareas metido en su casa y un represor apuntándole en la cabeza. De allí fue llevado en una cupé chevy blanca al CCD “El Vesubio” ubicado en Autopista Ricchieri y camino de cintura. En este lugar pasó dos meses, sufrió torturas con picana, interrogatorios y estuvo encadenado. El dato de que estuvo en Vesubio se lo confirmó años después por deducciones Carlos “Maco” Somigliana del Equipo Argentino de Antropología Forense. De allí lo sacaron y lo trasladaron en un auto a la Comisaría 1ra de La Matanza, ubicada en el edificio contiguo a la Brigada, en calle Salta 2450, San Justo.
Compartió el traslado con Cayetano Alberto Castrogiovani, que es víctima y caso en este juicio. Él lo conocía porque era vecino del barrio desde chico y en un tiempo fue simpatizante de la JP, haciendo pintadas y otras tareas militantes. Castrogiovani testimonió dos veces ante la justicia federal platense en diciembre de 2008, y dijo que fue secuestrado el 23 de septiembre del ’77 en casa de sus padres en Bernal, a los 16 años, llevado al “Pozo de Banfield”, al regimiento de Monte Chingolo, al “Vesubio”, a la Comisaría de San Justo y luego blanqueado a la Unidad 9.
Cuando llegaron a la dependencia de San Justo, el 10 de octubre del ’77, abrieron un portón y los entraron. Cabello describió el régimen de la Comisaría 1ra planteado con un funcionamiento natural, como si no estuvieran recibiendo secuestrados por razones políticas y, con ello, siendo parte activa del plan represivo del Terrorismo de Estado. “Estaban todos de uniforme y a cara descubierta”, dijo y agregó que allí no recibió torturas. Agregó que como venían de “Vesubio” sucios, en el caso de él con sarna, y llenos de piojos fue llevado al fondo de la dependencia, donde había un patio con un baño, donde lo hicieron lavarse y cambiarse. Aprovechó allí para ver el edificio contiguo de la Brigada, con el que la comisaría compartía unos calabozos. Pasó en la Comisaría 1ra un año, y pudo ser testigo de las atrocidades que se cometían desde la Brigada. Tal el hecho que contó que un día hubo mucho revuelo en ambas dependencias, y pudo ver por la medianera que trajeron a dos detenidos ilegales en presencia de los comisarios Oscar Penna, Francisco Antonio Cacciabue y otros represores. Ese día, que ubica en octubre o noviembre del ’77, él pensaba que lo iban a sacar, pero lo llevaron a entrevistarse con un capitán del Ejército muy violento y sobrador. Lo atendió con los pies en el escritorio y comenzó a interpelarlo fuertemente. Cabello dijo que de inmediato insultó al capitán por no soportar el “verdugueo”, lo que generó que este se enfureciera y sacara una pistola con intenciones de balearlo. En ese momento fue retirado de la sala por un cabo de la 1ra. Al otro día le trajeron el diario y vio que habían ejecutado a dos personas que la prensa cómplice daba como “guerrilleros abatidos” y que, supone, eran las que él había visto ingresar tiempo antes. Uno de los celadores de la 1ra le dijo “acá te iban a matar a vos”. Entonces entendió, según dijo, que la discusión con el capitán del Ejército había sido un intento fallido de canjearlo a ellos por las personas ejecutadas. Luego supo que el militar pertenecía al regimiento de infantería de Ciudadela, que su madre lo había visitado para pero pedir por él pero le respondió que no salía más por haberlo insultado.
El testigo relató que además de su propia historia tiene un hermano llamado Nelson Valentín cabello, que fue militante del PRT y fue secuestrado en su casa de Valentín Alsina el 9 de abril del ’76 con otras 7 personas. Sin certeza hasta hoy de por dónde pasó detenido, dijo que su cuerpo fue hallado en las costas de Rocha, Uruguay, el mismo mes. Por el caso de su hermano Cabello declaró en el Juicio por la Verdad de La Plata en abril de 2010.
El sobreviviente concluyó contando que en el año ’78 fue derivado a la Unidad 9, luego puesto a disposición del PEN y liberado. Al serle exhibido el álbum de represores de San Justo reconoció al policía Roberto Suárez como uno de los que estaba en la Comisaría 1ra de La Matanza.
La situación de esa dependencia como Centro Clandestino de Detención integrante del circuito represivo del oeste está clara, ya que tanto Cabello como Castrogiovani son parte de esta causa como víctimas y sus casos forman parte de la acusación contra 15 represores juzgados, pese a no haber pasado estrictamente por la Brigada de San Justo. La centralización y planificación de la represión exigen tomar los casos como unidad, lo que no siempre es respetado por los amplios criterios de fiscales y jueces. Esta vez el derecho, la verdad y el sentido común van juntos.
La última audiencia del año será el miércoles 19 de diciembre desde las 12 hs (el juicio continúa después de la feria judicial de verano). Para presenciarla sólo se necesita concurrir a los Tribunales Federales de 8 y 50 con DNI.
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