PROFESIONALES DE LA BRUTALIDAD
Se
escucharon los testimonios de una Abuela que perdió a su hija y su yerno en la Brigada
de San Justo y recuperó a su nieta apropiada, y de dos sobrevivientes del
horror que aportaron sus relatos para seguir conociendo lo que sucedió en este
Centro Clandestino de Detención de la zona oeste del conurbano.
Por HIJOS La Plata
La audiencia se inició con el testimonio de una de las luchadoras que
fue pionera en la búsqueda de l@s niñ@s apropiad@s en la dictadura y la que
primero recuperó a su nieta de las garras de los genocidas. Elsa Pavón, de 82
años, madre de Sofía Grinspon y suegra de Claudio Logares, ambos
detenidos desaparecidos en el marco del Plan Cóndor que pasaron por la Brigada
de San Justo, y a su vez abuela de Paula Eva Logares, apropiada desde allí por
el subcomisario Rubén Luis Lavallén.
Mónica Sofía Grinspon estudiaba en Facultad de Agronomía de la UBA,
militaba en Montoneros y le decían “Yoyo”. Claudio Ernesto Logares trabajaba en
el Banco Nación desde 1975 y militaba en la Juventud Peronista. Para sus
compañeros era “Pirulo”. Se casaron y tuvieron una niña el 10 de junio de 1976
a la que llamaron Paula Eva. Militaban juntos en los barrios humildes en la
zona de San Justo. Pero la situación represiva posterior al golpe de marzo del
’76 hizo que la pareja militante decidiera irse a Uruguay. Claudio renunció al
banco y se fue primero. Compró un departamento en Montevideo, que compartían
con el matrimonio de Diana y Adolfo Borelli, y allí se instalaron las dos
parejas y paula de 11 meses de edad. Pero la persecución no cesaba y los
Logares habían sido seguidos por personal argentino de inteligencia en
coordinación con fuerzas uruguayas. Claudio les dijo a los Borelli: “No
queremos escapar más”. Hasta el 18 de mayo de 1976, día feriado en Uruguay por
el aniversario de la Batalla de Las Piedras donde Artigas venció a las fuerzas
realistas del virrey De Elío en 1811. Ese día la familia Logares decidió
ir Parque Rodó, pero al llegar, frente a la entrada de un cine son
cercados por un operativo, los secuestran, los encapuchan a los tres (incluso a
la nena de 23 meses) y los ubican en dos autos: en uno Claudio y en el otro
Mónica y Paula. La familia completa fue traída a Argentina en el marco de lo
que se denominó Operación Cóndor, la coordinación represiva de las cúpulas
militares de Argentina, Chile, Uruguay, Paraguay, Brasil y Bolivia para
concretar el plan de exterminio de toda una generación de militantes
revolucionarios.
“La familia de Claudio fue a Uruguay a los dos días. Yo me enteré 10
días después”, dijo Elsa Pavón en la audiencia. Se estaba preparando para
visitar a su nieta en su segundo cumpleaños, pero tuvo que asumir la ardua
tarea de la búsqueda de su familia: “En Uruguay lo primero que hice fue separar
la búsqueda de la nena de la de los adultos. Buscamos en hospitales,
comisarías, orfanatos, casa cuna, escuelas de niños sin padres, etc”. Pero se
tuvo que volver sin noticias firmes. En realidad los Logares-Grinspon habían
sido trasladados inmediatamente de Montevideo a La Matanza, a la Brigada de San
Justo. Los padres estuvieron allí hasta mediados de junio del ’78 y fueron
trasladados al “Pozo de Banfield”. Estos datos se conocen por los testimonios
de los sobrevivientes Adriana Chamorro, Norberto Liwski, Rodolfo Barberán y
Eduardo Corro.
Elsa se vinculó a otras abuelas en la búsqueda y fueron conformando las
tareas iniciales de Abuelas de Plaza de Mayo. Tuvo una primera noticia de su
nieta en 1980, cuando le llegó una foto de Uruguay con el dato de que la niña
estaba en Argentina y que era uruguaya. Chicha Mariani la reconoció, aunque
Elsa no estuvo tan segura. Ese dato se perdió y recién en 1983 hubo una segunda
instancia, a través de una campaña de afiches de Abuelas con las fotos de l@s
niñ@s apropiados, porque llegó la información de que Paula estaba en el barrio
de Chacarita. Entonces Elsa se dedicó a hacer el seguimiento a la familia que
tenía a la nena. Viajaba todos los días de Banfield a Chacarita y se mimetizaba
en los negocios del barrio para intentar obtener más información. “El primer
día hábil de la democracia nos presentamos en tribunales a hacer la denuncia”,
dijo la testigo y contó que tras el proceso judicial lograron la restitución el
13 de diciembre de 1984. “Cuando la encontré la acompañé a crecer”. El
acercamiento no fue fácil, ya que la familia de Lavallén le había dicho que
Elsa era una loca y que no era su abuela. Al poder conversar con Paula, que ya
tenía 7 años, la niña le objetó que había pasado más tiempo con la familia
apropiadora que con su abuela. Entonces Elsa le mostró fotos de la niña con sus
padres y le preguntó si se acordaba cómo les decía. El apodo “Calio” que le
puso la nena a su papá destrabó la tensión y la relación se fue recomponiendo
de a poco. La situación tampoco fue fácil porque el médico Jorge Vidal,
imputado en este juicio, había anotado a la niña como nacida en octubre del
’78, cuando ya tenía dos años. Paula realizó entonces los primeros años de
escuela con esa diferencia, que le trajo problemas de adaptación. Al igual que
en el caso de Victoria Moyano Artigas, el médico genocida había puesto como
lugar de nacimiento el domicilio de Lomas del Mirador otro represor de San
Justo, Carlos Ferrerira, con la inverosímil versión de que aunque vivían en
Capital Federal la esposa de Lavallén, Raquel Leiro, pasó por lo de Ferreira,
se sintió mal y dio a luz allí. Además de represor en San Justo, Lavallén
cumplió tareas en dictadura como jefe de vigilancia de la planta de
Mercedez Benz en González Catán, donde desaparecieron varios obreros. En 1988
fue condenado a 4 años de prisión por la apropiación de Paula, pero sólo cumplió
1 año y medio a la sombra. Murió impune por el resto de sus crímenes poco
después de la reapertura de las causas.
Elsa rememoró que durante la inspección ocular que se realizó en San
Justo en 2009 pudo conocer a Olga Márquez, una ex detenida que le contó que
había compartido cautiverio con Mónica en San Justo cuando tenía 16 años, y que
al ser mayor Mónica la calmaba y le decía que ya la iban a liberar, pero que
estaba segura que a ella la iban a matar.
Además Elsa contó su experiencia frente a la Iglesia cómplice del
genocidio. Dijo que en plena búsqueda de su familia su esposo se contactó con
un sacerdote amigo, que lo mandó a hablar el Vicariato Castrense a hablar con
monseñor Emilio Graselli. Elsa se entrevistó personalmente con este personaje,
que con total cinismo le dijo que los traslados “Los hacen en aviones Hércules
entre gallos y medianoche” y que le propuso “Le devuelvo a la nena, pero
olvídese de los padres”. Elsa le llevó fotos de la niña y desde Abuelas le
aportaron una carpeta con otros casos que fueron a parar al famoso fichero que
confeccionaba para dar continuidad al plan genocida. Graselli fue citado al
Juicio por la Verdad en marzo de 2001 y si bien reconoció haber confeccionado
el fichero dijo que no tenía conocimiento de la represión clandestina. Está
imputado en la causa Nº 85 de los tribunales platenses por su presunta
responsabilidad en delito de lesa humanidad en su rol de Secretario Privado del
Vicario, junto con los funcionarios del Seminario Mayor San José de La Plata.
“Por los casos de mi hija y mi yerno pasaron 40 años de los hechos en
mayo pasado, y yo sigo preguntando qué pasó con ellos y dónde están”, concluyó
Elsa, y agregó que “Este enorme rompecabezas de los 30 mil detenidos
desaparecidos lo armamos entre todos con la lucha de los familiares y los
organismos de Derechos Humanos. Todos trabajamos para que se pudieran realizar
estos juicios”.
A continuación se escuchó al ex detenido y sobreviviente de San Justo Jorge
Heuman, médico del dispensario del barrio 17 de Octubre de La Matanza
secuestrado y torturado por ser parte de esa construcción social de autogestión
que desafiaba el modelo humano que la dictadura quería imponer. Heuman relató
que se recibió de médico en el año ’74, y decidió poner su profesión al
servicio de los pobres. Cuando terminó la residencia se le presentó la
posibilidad de colaborar en el barrio 17 de Octubre ubicado en Ciudad Evita, La
Matanza. El sobreviviente definió aquella experiencia como “una increíble
construcción de amor”: “de un dispensario de madera y chapa pasamos a una
salita completa dedicada a la atención primaria de la salud. Teníamos 52
agentes sanitarios entre vecinos y profesionales. Comenzamos durante la
dictadura y seguimos adelante. Los vecinos lograron que llegaran los servicios
como las cloacas, la recolección de basura y otros”. El médico compartía las
tareas en el barrio con su esposa, María Amalia Marrón, que realizaba tareas de
apoyo escolar y cuidado de los niños de los vecinos. Relató que en una ocasión
había muchos casos de tos convulsa, entonces se organizaron para ir al
municipio de La Matanza a solicitar vacunas. Los recibió el Dr. Reboredo y les
respondió que “para los negros que no saben usar el inodoro no hay vacunas”.
Lejos de desanimarse, los vecinos hicieron una colecta, compraron las
vacunas y cubrieron al 95% de los pibes del barrio. “Ese fue el paraíso, cosas
llenas de amor” dijo Heuman notablemente emocionado, pero con firmeza, y agregó
que “fue lo más hermoso que me pasó en mi vida de médico. Yo trabajé con Favaloro,
pero ni ahí aprendí tanto como en el barrio”. Según su propia definición
conoció el paraíso, pero también el infierno. Es que la actividad independiente
de los vecinos organizados alertó al régimen militar, que envió la represión
primero a realizar inteligencia y luego a realizar operativos.
El 26 de marzo del ’78 secuestraron a su mujer Amalia a la salida de una
misa realizada para pedir la libertad de Cirila Benítez, fundadora del
dispensario barrial detenida el mismo día del golpe de Estado. A él le tocó
tres días después: “Durante esos tres días viví un infierno. La desaparición
forzada es lo más canallesco que hay en la vida”. La mañana del 29 de marzo se
encontraba charlando con unos vecinos en el barrio, cuando lo atacaron por
detrás, lo golpearon y lo subieron a un auto. Gritaba “¡No dejen que me
lleven!” mientras los represores, vestidos de civil y a cara descubierta, lo
golpeaban en el rostro. Entonces lo llevaron a lo que posteriormente reconoció
como la Brigada de San Justo. Allí sufrió torturas físicas y psicológicas que,
dijo el testigo, “no tiene caso relatar”.
Contó que en un momento lo revisó un médico que tras retorcerle los
testículos y clavarle elementos punzantes le dijo a los otros represores “¡Son
unos brutos! ¡Cómo la van a poner en directa!”, en relación a la corriente de
220 volts de la picana. Heuman reconoció a ese médico torturador como Jorge
Vidal porque dejaba su recetario con su nombre, sello y firma en el centro
clandestino. Tras salir en libertad denunció ante el colegio médico de Morón.
En la cumbre del cinismo los genocidas le mostraron a su esposa destrozada por
la tortura y le pusieron como nombre de guerra “Dr. Jorge”. Por su origen judío
dijo que “descargaban su antisemitismo todo el tiempo”.
Buscando con la mirada a los genocidas imputados en el juicio, que se
encuentran ausentes hasta de las teleconferencias que les concedió el tribunal,
Heuman dijo “Los quiero felicitar a todos porque son profesionales de la
brutalidad”. Entre los represores a los que identificó se encuentran el jefe de
la Brigada José Antonio Raffo (alias “Tiburón”) que le mostraba a Heuman
instrumental médico que le robaron de su casa y le decía “¿Qué pensás que en el
barrio te van a hacer un monumento?”, Rubén Boan (alias “Víbora”) que lo
atormentaba con hechos falsos como decirle “fuimos a la casa de tus padres, tu
mamá no resistió porque estaba mal del corazón” y otros como “Eléctrico” así
llamado por su pericia en la tortura, “Araña”, que servía la bazofia que daban
por comida, “King Kong”, que tenía una mancha en el rostro y se hacía el amigo,
y el “Rubio” al que recordó como “musculoso y muy violento, que fue uno de los
que me secuestró”. El sobreviviente afirmó que fue alojado en la celda grande
que daba a la derecha mirando hacia la calle, y allí escuchó, vio o supo del
paso de varios detenidos por la Brigada, todos comprometidos con tareas en el
barrio 17 de Octubre, como Norberto Liwski, Francisco García Fernández, Olga,
Aureliano y Estanislao Araujo, Rodolfo Atilio Barberán, Rafael Chamorro, Miguel
Berenstein, Elisa Moreno, Graciela Gribo, Claudia Kohn, Juan Rodríguez, Norma
Ereñú, Raúl Petruch, Ismael Zarza, Carlos Prieto, Abel De León, y dos personas
llamadas Luis y Nora. Heuman declaró en los ’80 ante la CONADEP y elaboró en
ese momento un plano de la Brigada. La memoria del testigo fue innecesariamente
sobre-exigida por los fiscales, que solicitaron insistentemente si podía
realizar, como lo hizo en la instrucción de la causa, un reconocimiento
fotográfico de los represores. Tras aclarar que la vez anterior le había tomado
dos horas hacerlo y que lo afectó emocionalmente, el testigo se negó. Luego
ante la obstinación de los fiscales accedió, pero al conocer que el material
fotográfico era de distintas épocas a la de los hechos volvió a declinar el
acto: “con lo que ya hice suficiente”, se defendió con justeza.
El 1 de junio del ’78, cuando comenzaba el mundial de fútbol, Heuman fue
trasladado junto a un grupo de secuestrados a la Subcomisaría de Laferrere.
Iban todos atados, apilados y tapados con mantas en la caja de una camioneta.
En Laferrere le hicieron firmar una declaración falsa, bajo amenaza de volver a
San Justo, documento que luego se usó en un Consejo de Guerra que le
realizaron. Tras ello fue derivado a la cárcel de Devoto bajo la órbita del
PEN, luego a la Unidad 9 de La Plata y vivió con libertad vigilada hasta 1982.
Por fortuna consiguió trabajo a través de un colega en el Hospital Güemes, pero
pronto los represores volvieron a amedrentarlo y presionaron a la gestión para
que lo echaran.
Al terminar su testimonio Heuman se permitió un acto de justicia: contó
que los vecinos del barrio 17 de Octubre le pusieron su nombre a la calle donde
lo secuestraron y agregó que “Se equivocó ‘Tiburón’, me hicieron el homenaje”.
Por último pidió a los jueces que “hagan justicia para que nunca más nadie
sufra lo que nosotros sufrimos”
Para finalizar la audiencia Eduardo Nieves, militante de la
Federación Juvenil Comunista de la zona de Lanús, secuestrado y torturado en la
Brigada de San Justo.
Nieves contó que el 27 de diciembre de 1977 fue a la casa
de su amigo y camarada Jorge Farsa, donde estaban con sus respectivas esposas
Norma Martínez y Ana María Ehgartner, y los hijos de ambos matrimonios. A
las 11 de la noche golpearon la puerta e ingresó un grupo de tareas de 6
personas armadas que los pusieron contra la pared y los identificaron.
Luego llegó Farsa, al que también redujeron, y en grupo los trasladaron
tabicados y esposados a la Brigada de San Justo. Los represores dejaron que
Ehgartner dejara a los niños con unos vecinos. En el viaje la patota se
encontró con otro operativo, al que hicieron señas y continuaron la marcha sin
problemas.
Nieves recordó que al ingresar a la Brigada el auto subió una loma y se
escuchaba el sonido de pedregullo al transitar los autos. El dato es
coincidente con lo relatado por otros sobrevivientes respecto al portón
principal de ingreso del centro clandestino.
Al llegar a la Brigada Nieves fue ubicado en un calabozo con su esposa
Norma y Ehgartner, donde los engrillaron a unos ganchos amurados a la pared.
Farsa fue separado del grupo y no supieron más de él por un tiempo. Al poco
tiempo trajeron al calabozo a Nora Feliz, esposa de Jorge Garra, junto a dos
hombres y una mujer que fueron secuestrados en el mismo domicilio. Así pasaron
cinco días asistidos sólo con agua. Una mañana la patota los fue a buscar, los
subió arrastrando hasta la oficina del primer piso y los sometieron a un
interrogatorio con personal militar. Luego a Nieves lo bajaron a la sala de
tortura, donde pudo ver una camilla blanca donde le pusieron un anillo en el
dedo gordo del pie y lo torturaron con picana eléctrica. A su lado en el piso
estaba Ana María Ehgartner. Cuando se repuso de la tortura lo sacaron tabicado
en auto a marcar a una persona en su barrio. Allí escuchó que uno de los
represores que lo custodiaba se apodaba “Lagarto”. Entonces lo regresaron a la
Brigada y lo pusieron en una celda más grande, junto a un baño. En ese
lugar el represor apodado “Eléctrico” lo hacía lavar la celda y en una
oportunidad le trajo un mate cocido en un jarro con el logo del Ejército
Argentino. Otro de los represores, alias “Conejo” hacía la guardia nocturna y
le conversaba sobre un grupo de detenidas a las que habían asesinado por ser
montoneras. También recordó como activos en la brigada a los represores
“Víbora” (Boan), “Capitán Luz” y “El Panza”, que estuvo presente en el
operativo de su secuestro. Al tiempo de estar en la celda grande Nieves comenzó
a sentirse enfermo, con dolores en el dedo del pie donde recibió la picana.
Entonces apareció un represor al que llamaban “El Veterinario”, de voz gruesa,
que le aplicó una inyección con antibiótico. El sobreviviente cree que es Jorge
Vidal. En otra ocasión le dieron una charla unos represores que se presentaron
como “psicólogos del Ejército” que le decían que si se dejaba de meter en
política lo liberaban. Supo del paso por la Brigada de Aníbal Ces, de Sigfried
Watzlawick Padilla, a quien conocía por la militancia en Lanús, y de una
persona de apellido Sánchez apodada “Negro Black” que es caso como víctima en
este juicio.
Transcurridos 10 días de cautiverio, en enero del ’78, Nieves fue
ubicado con Jorge Farsa. Les trajeron las pertenencias que les habían quitado,
excepto un encendedor de plata de Nieves, los subieron tabicados a
dos autos y los liberaron en Villa Soldati. Entonces supieron que sus esposas
habían sido liberadas 6 días después del secuestro y habían sufrido
torturas.
Nieves también rememoró que su padre, junto a la madre de Farsa,
hicieron varias averiguaciones en su búsqueda. “Hasta llegó a hablar con un
capellán de la policía bonaerense que le dijo que no me buscara más porque ya
estábamos muertos. Era Cristian Von Wernich, a quien mi padre conocía porque
trabajaba en un bar donde paraba este capellán. Encima este asesino estuvo
presente en el velorio de mi padre en 1985”.
El testigo recordó que su casa y la de sus padres fueron vigiladas
durante mucho tiempo, incluso en el año ’79, cuando visitó el país una
delegación de la Comisión Interamericana de derechos Humanos, un grupo de
inteligencia hizo averiguaciones cruzadas entre Farsa y él. “Yo nunca tiré
bombas, militaba en la Juventud Comunista, tenía actividad en clubes barriales
y sociedades de fomento”, dijo Nieves y agregó “Soy comunista desde los 17 años
y sabía a lo que me exponía militando. Y aquí estoy dando testimonio. No me
pudieron vencer”. Finalizó su relato hablando a los jueces del TOF 1 al decir:
“Me parece que es una aberración que la Brigada de San Justo siga funcionando,
debería estar desafectada por lo que allí sucedió. Todos los sobrevivientes
apelamos a nuestra memoria para decir la verdad, pero tenemos esa limitación.
Estamos teniendo malas experiencias con nuestros verdugos, que hoy están
detenidos en sus domicilios porque son ‘pobres viejitos’. Cuando nos torturaban
no eran ‘viejitos’, eran hijos de su buena madre. Nosotros bregamos por
Memoria, Verdad y Justicia, pero nuestro límite es la Memoria y la Verdad, la
Justicia está en manos de ustedes”.
La próxima audiencia será el miércoles 17
de octubre desde las 10 hs. Para presenciarla sólo se necesita concurrir a los
Tribunales Federales de 8 y 50 con DNI.
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